El lugar donde yo me gradué de comunicador social
"No es donde te gradúes, es el tipo de profesional que tú elijas ser".
No sé dónde ni cuándo, ni tampoco de quién lo escuché la primera vez, pero me tuve que aferrar a esa idea porque era la única manera de que se me tuviera en cuenta como un profesional capaz e inteligente habiéndome graduado en la sede principal de la Universidad Santa María en Caracas, Venezuela.
Quisiera regresar en el tiempo, no para haber presentado la prueba en otro lugar (sí me hubiera dado un lepe de verme planeando no elegir una universidad por su calidad sino porque quedaba cerca de casa, sin embargo), lo hubiera hecho para poder ver una vez más a ese anónimo cuya frase voy a recordar por siempre. Quisiera regresar para estar parado y ver qué se siente mirar a alguien tan insustancial pero a la vez importante. Esa persona que en el momento y lugar correctos dijo algo que recuerdo siete años después como un lema marcial.
A todas las personas que estudien hoy en la Universidad Santa María les diría que lo hecho hecho está, comparten mi experiencia. No puedo criticarlos porque no pude dar el ejemplo cuando a mí me tocó darlo, tampoco estudié ahí por el valor que me daría como profesional (eso es algo que pocas universidades pueden decir), sino sencilla y llanamente con el mismo interés del noventa por ciento de los estudiantes que habitan su sede en La Florencia: comodidad geográfica y, sobre todo, porque es fácil sacar una carrera ahí. El nivel de exigencia comparada a otras no tiene comparación. Exactamente eso lo que charlábamos entre altos panas durante el 5º año de secundaria, y no nos equivocamos.
Y si es que a 'repasar' se le puede llamar estudiar, en cinco años de carrera no estudié ni una sola vez, (salvo con el profesor Gustavo Wanloxten, que Dios lo guarde), porque a pesar de emplear el psico-terror como arma para obligarnos a tomar en serio su materia, me ayudó en buena parte a convertirme en el escritor que soy hoy, y porque aunque más de uno encontró sus métodos cuestionables, me gustaba escucharlo, pues fue uno de los pocos que no iba a dar clases por ser lo que en Venezuela llamamos un pela bolas, ni tampoco para engordar currículum, sino porque necesitaba dejar algo antes de morir. Muchos jamás tuvieron la madurez para respetar eso.
Tuve maestros buenos y maestros formidables. Los llevo en el corazón, los recuerdo cálidamente, pero a diferencia de Wanloxten, estos aún caminan entre nosotros, y por eso nombrarlos aquí los haría objeto de rabia y envidia del resto de aquellos sobre los que pretendo escribir. La única excepción será Marcos Reyes, que por su larga carrera y actual posición, es alguien que está blindado de las malas intenciones que lo rodean; profesores que, tomando el dudoso objeto de burla que puede ser la avanzada edad de una persona, se burlan de él y destilan veneno a chorros que llegarían hasta el otro extremo del pasillo, obviamente en la salvedad de las anchas espaldas y los oídos debilitados del hombre.
Si pudiera hablar con él ahora que no soy más un estudiante, le pediría que dedique algún tiempo a charlar con cierto individuo narigón de bajísima estatura que todos los años manda a los estudiantes a tapizar las paredes del módulo de comunicación social y que, en cátedras inherentes al tema de la política (que a él le gusta dar, como Autoritarismo y Democracia, entre otras), dedica breves pausas para usar a Reyes como tiro al blanco de botellazos más dignos de una cuaima que de un hombre con pantalones. Aunque quizá al final no valga la pena, porque lo que el susodicho hombrecillo supura no es exactamente odio, sino envidia. Para su desgracia no fui el único que lo notó.
Si tenemos en cuenta que el viejo profesor es, además, alto, tampoco extraña que el hombrecillo, que suele vestir con unas camisas blancas que a veces parecen otorgarle un cuerpo hinchado, sienta complejos de inferioridad bastante más grandes que su propia persona (cosa nada difícil de lograr, a los siete años yo hacía torres de lego más elevadas que él).

Vista satelital de la Universidad Santa María, para los lectores internacionales de la audiencia |
Voy a escribir sobre todos esos docentes mediocres que tuve, aquellos que tristemente son en esta como en cualquier otra historia el lado más interesante de ella. De esos sujetos que hacen a la Universidad Santa María la Universidad Santa María.
Para ser justos, escribiré también sobre algunos compañeros de clase que no sólo son el cliché de la estupidez y la frivolidad sino que, con toda justicia, también ayudan a ser la mencionada universidad portadora de su fama.
A esos compañeros que aprecié tanto, a los amigos que tuve especialmente hacia el final de la carrera; aquellos que sobre todo sabían quién era Dross debajo del sombrero y los lentes, me veré obligado a aplicar la misma política que con los docentes más queridos, aunque será difícil ocultarlo, mucho más. Pero confío y me queda la seguridad de saber que, de un modo u otro, si llegan a verse las caras de nuevo, será en calidad de empleados suyos, pues la verdad sea dicha: la estupidez, inmadurez, y falta de interés por cualquier cosa que no sea la rumbita del fin de semana se paga tarde o temprano. Más terriblemente que durante ese examen por el que no se estudió, o aquel trabajo que no se entregó.
Universidad Santa María: la casa de los piratas
¿Qué es, en el argot venezolano, un profesor pirata? Un profesor pirata pueden ser muchas cosas. Es como la bosta de vaca; tiene diversas propiedades.
Un profesor pirata es aquel que entra a dar clases sobre una asignatura sabiendo tanto o menos que los estudiantes sobre ella. Un profesor pirata es ese que se la pasa impartiendo la materia con un libro en la mano, no porque esté leyendo para sus alumnos, sino porque quien realmente está dando la clase es el autor, lo que relega al educador al rol de "conducto", trabajo que también podría hacer el muchacho que pone y cobra la gasolina en una estación de servicio.
Los
tres módulos donde yo estudiaba enmarcados en un círculo |
Un profesor pirata es por excelencia al que puedes pagar para que te pase la materia, el que da un servicio que le resulta necesario al más flojo o, afrontémoslo, al creyón menos brillante de la caja estudiantil.
Todo lo mencionado lo tiene la Santa María en exceso. Podría aplicarse el viejo chiste que empieza con "estaban un francés, un alemán y un haitiano en un avión con exceso de peso...". Sin embargo, a la expresión yo le acuñaría un significado mayor, porque estoy seguro que a través de mis anécdotas, como las de muchos otros, pueden validarse otras características que también definirían a un profesor pirata.
Echemos un vistazo a algunas de ellas:
Quiero ser como Elio Barazarte
Elio Barazarte es un docente que tiene la fama de ser el más exigente en toda la facultad de comunicación social y, tal como pasaba con Gustavo Wanloxten, era, para el alumno, un orgullo pasarle la materia.
Sin embargo, lo que los estudiantes no sabían, era que al alimentar la temeridad de Elio, estaban alentando a otros profesores a sentir envidia por él.
Suena absurdo, pero así es. Al cabo de un tiempo y muy al estilo de la historieta de La Garrapata (llena de super héroes venidos a menos que anhelaban la fama de Superman), había una tropa de personajes que intentaron hacerse temer para ganarse la misma reputación, y no porque compartían la filosofía de Barazarte o Wanloxten de que la enseñanza con sangre entra, sino porque les parecía 'fino' ser un maestro al que es difícil aprobarle la asignatura.
Si el hecho de que semejante huevón te toque un semestre no fuera lo suficientemente desalentador, imagínate si además, como no le sale ser un bravucón porque no es inherente a su personalidad, el hombre lo tenga que actuar y de rebote el salón entero se de cuenta. De ese modo, los alumnos quedan en manos de un sujeto que no ha evolucionado la idea que ser malo en un intento tragicómico por ganar respeto es una asociación que no cabe en la mente de ningún hombre sabio o, cuando menos, inteligente.
A eso se reduce el señor que entró intentando forjarse una reputación porque durante la infancia anheló ser Batman y ahora de profesor quiere ser malo. Sale como el personaje cliché de algunas películas que hace el ridículo sin reparo y por si fuera poco es demasiado estúpido como para notarlo, además de sumamente ciego para no ver que lo que cree oculto es en realidad bastante evidente. Abandona el salón satisfecho pues piensa que ha dado el primer paso a la posteridad y dos minutos después en la feria, el kiosco o el estacionamiento, todos están haciendo chistes de él.
Así era un profesor peruano que tuve, al que a sus espaldas llamaban burlonamente "El Timotocuica" -apodo del que incluso alguno de sus colegas se reían-, que da clases en el área corporativa de la carrera, y que tiene un blog donde escribe artículos mediocres sobre política, en el que se representa a sí mismo con un avatar de gato. La última vez que supe de él tenía una especie de guerra futbolística contra cualquier otro alumno que no fuera de la mención corporativa de la carrera, e incluso anhelaba impulsar debates que nunca prosperaron porque (salvo tres o cuatro alumnos que se acercaban a él para simpatizarle con tal de que le pusieran buena nota, los típicos de siempre) a nadie le interesó la idea, y con razón: la última vez que habíamos visto semejante estupidez fue en cierto libro infantil donde Slytherin peleaba contra los magos de Griffyndor.
"Yo sólo quería que me respetaran..."
Si tuviera que nombrar a uno de los peores docentes que he tenido, al que más características malas reúne, y que van desde ser pirata hasta no tener sentido alguno del ridículo, tendría que señalar a aquél que me tocó en quinto semestre para una materia que se llama "periodismo institucional".
Me recomendaron no escribir nombres, sobre todo en caso de que me pudiera caer una demanda (sé de alguno que no perdería el tiempo en hacerlo, porque por irónico que suene, todavía tienen la audacia de temer al ridículo público). Así que con la excepción de Wanloxten, que en paz descanse, de Elio Berazarte y de Jorge Reyes Andrade, que espero que no se enojen conmigo, voy a tener, a partir del próximo punto, que utilizar nombres falsos.
Llamémosle PeraAlta. Es un tipo bastante alto, que por lo general usa anteojos. Tiene una esposa y una hija, y no sé si desde entonces habrá agrandado su familia.
Es de mediana edad, bonachón, de cara un poco abobada, y los que conozcan su nombre real considerarán que haberle llamado PeraAlta es casi un descaro luego de haber dicho que utilizaría una identidad falsa. No me preocupa mucho cuán aludido se sienta. Puede si quiere intentar buscarme; no me cabe dudas de que un profesor de comunicación social que se equivocó cinco veces para medir la columna de un tabloide debe pensar que Buenos Aires es la capital del Zulia.

| Yo dije que tiene cara de bobo. Ahora trata de adivinar cuál de las personas que aparecen en esta foto podría ser él... |
Cuando vemos a una persona con tantas características que dejan mucho qué desear, no nos explicamos qué tipo de vida deben llevar para verse obligados a actuar así. ¿Cómo es posible que PeraAlta sea un tipo de actitud consabidamente arrogante cuando, además de equivocarse con frecuencia, no sabe hablar bien en público, y viene de trabajar en un puesto de segunda mano en la Alcaldía de Chacao? ¿Cómo puede ser que hayan profesores más brillantes que él, como Marisol Molina, que encima de más experiencia, tiene un currículum varias veces más destacado y sus clases son infinitamente mejores? ¿Cómo se explica que la susodicha profesora, querida por sus alumnos y respetada como la que más entre al salón sin ínfulas de presunción, y el profesor PeraAlta, en cambio, haga maniobras que rayan en lo circense para estirar, en pos a impresionar a un salón lleno de gente que no está interesada en él, un puesto de trabajo de una antigua administración? Eso sin dudas es jugar con fuego, porque se espera que la calidad de sus clases estén a la altura de su fanfarronería.
¿Qué hace una persona así cuando se mira al espejo? ¿Qué tipo de cosas piensa alguien tan pedante que no tiene con qué serlo para empezar? Esas preguntas se me cruzaron varias veces por la cabeza, y como la realidad muchas veces supera la ficción (véase algún personaje genérico diseñado para caer mal en la televisión) lo anterior escrito no es demasiado si además tenemos en cuenta que es un tipo bastante mal educado.
Solía bostezar cuando había alumnos exponiendo ante la pizarra. Lo hizo varias veces mientras estuve en su salón y, si todavía alcanza espacio para poner la cereza sobre la torta, resulta que lo hacía a propósito.
Semejante cosa ocasionó, por supuesto, que los estudiantes no lo respetaran.
Hay varias formas de irrespetar a un profesor; de la boca para afuera saboteando su clase, o allá en el kiosco, en las típicas reuniones, charlando sobre cómo nos sentíamos al final de cada día, en la que participábamos tanto los estudiantes buenos como los regulares (dejando por afuera la opinión de los mediocres, porque aunque muchos no lo sepan, hay cierta objetividad académica entre alumnos).
No fue de sorprender que una de mis compañeras se lamentara de que un individuo así tuviera una hija porque al llegar a la adolescencia, ésta seguramente se convertiría, con semejante modelo, en -cito- una balurda.
Todo eso me lleva inevitablemente a un ciclo de preguntas bastante parecido al del párrafo de arriba, ¿cuál es el motivo de que una persona sea así? No me interesa la buena ni la mala educación, la cortesía ni la descortesía, la inteligencia ni la estupidez, me interesa el por qué...
Y es que cuando uno tiene asuntos pendientes, así sea tarde, la vida, de alguna manera, se mueve para poner un punto final a cada historia.
Un par de años después me hice amigo de una mujer joven, casada, que estudiaba comunicación social en un semestre avanzado y que era amiga personal del profesor PeraAlta. Un día, durante esa temporada caótica de exámenes y trabajos que viene antes de las vacaciones de diciembre, el mencionado personaje salió a colación, y como era inevitable, la antipatía que causaba hacia los demás también. Mientras yo explicaba mis experiencias, ella asentía lentamente, en una de esas expresiones que es una pérdida de tiempo poner en palabras pero que va más o menos en la línea de "sí, sí, ya lo sé..."
Lo que me dijo provocó que sintiera una mezcla de reacciones que van desde la sorpresa hasta la incredulidad, pasando por cierto remordimiento al haber apoyado fastidiosamente la cara en la mano viéndolo con ojos que exclamaban sin recaudo <<eres un idiota>> aquel día cuando, ya nervioso, seguía equivocándose y borrando la pizarra en pos de intentar resolver algo tan sencillo como el tamaño de una columna, y que marcó su inmisericorde cuesta abajo ante el salón:
"Cuando está fuera de la Universidad, él es una persona excelente, un buen tipo, pero cuando está dando clases cambia para mal, y creo que es porque tiene miedo a que los alumnos lo irrespeten".
Yo fruncí el seño y puse mi mejor cara de "¿ah?", a la vez que ponía mi mano abierta al frente para pedir la palabra:
"Ya va, ¿me quieres decir que intentando hacerse respetar, el tipo consiguió que todo el mundo lo viera como un huevón?".
La única contestación que obtuve fue un encogimiento de hombros circunstancial.
Por momentos pienso que sentir lástima por sujetos como PeraAlta es un desperdicio, un oxymoron. ¿Cómo una persona de su edad (y si viviéramos en un mundo más ideal, cómo es que un profesor) no ve, no realiza, no se da cuenta de que con ese tipo de actitud va a lograr absolutamente todo lo contrario de lo que pretende? ¿Cómo se le puede tener miedo a "algo" y obrar de modo para hacer que exactamente eso pase? ¿En el que se caiga de culo y sin paracaídas al tan temible objeto del temor? ¿Es tan difícil establecer una diferencia entre poner reglas y un límite a los estudiantes en vez de hacer una serie de cosas para ser percibido como un sujeto desdeñable, cosas que en el mundo real sólo va a desembocar en que te vean como un gafo anacrónico?
Y es que no caben dudas: los personajes de Bob Esponja existen.

El profesor PeraAlta rumbo al salón de clases, apagando el celular y preparándose para lo que posiblemente será otra dura noche en su larga búsqueda por alcanzar el respeto en el mar turbio que puede ser un salón de clases. Espero que algún día encuentre el camino correcto para lograrlo. |
Cuando una persona con problemas psicológicos entra a dar clases
Ojalá todos los educadores adoptaran esa misma filosofía de algunos padres que sufrieron maltrato infantil, maltrato que juraron jamás infligir sobre sus hijos. Estas son anécdotas de alguien cuya historia personal sólo él conoce, pero que por consenso general, creemos que actúa como actúa porque cuando era más joven sufrió: ora humillado a mano de sus padres, ora humillado por un maestro de escuela, ora humillado por quienes quizá creyó sus amigos. El orden de los factores no altera el producto; alguien que no se dio cuenta del vainón que nos estaba echando.
Es joven, de tez morena y ojos negros. Llamémosle Ramón.
Estoy completamente seguro de que el paso de Ramón por la Universidad Santa María no es una casualidad, sino una consecuencia directa de los disgustos que sufrió en su infancia y sus posteriores ganas de a) desquitarse y b) hacerse con un puesto que le otorgue cierto poder sobre otros.
Él es un ejemplo claro de por qué la Santa María ostenta su mala reputación, no solamente porque Ramón ya ha reunido méritos de sobra para que lo boten (incidente con una alumna argentina de la que él estaba enamorado con accidente de tránsito incluido, pelea pública con su novia en el cafetín, discusiones con alumnos y un largo etcétera.) En fin, cosas a la altura de la Venezuela de Chávez, donde mandan los orcos, y día a día arman escándalos sin sentido del ridículo con sus show, burdeles públicos y estupideces sin sentido.

Aquí
junto a uno de sus alumnos, compañero de clases mío, compañero
que hasta el momento de tomarse esta amistosa, casi cariñosa foto
con Ramón, lo odiaba a rabiar, despotricando a menudo contra él
y hasta sus muertos. En cada Universidad del mundo la hipocresía
es parte de la escuela de la vida. |
La razón por la cual no han despedido a Ramón es poner más peso a las numerosas pruebas que dejan en evidencia la rancia imagen de la Santa María. Se trata de una historia muy trillada, muy típica: es familia de una mujer que ostenta un cargo de importancia en la institución y, para rematar, tiene lazos con el director de la facultad de comunicación social, un hombre de pelo cano que ha demostrado que, así como pueden haber profesores piratas, pueden haber también directores piratas. Es como cuando todos teníamos la pistola de paintball y nos preguntábamos si habían bazookas. Bueno, este es el caso.
Desde el vamos, está claro que Ramón es una persona que no va a terminar bien. Primero porque desde mi posición vi y escuché cosas que él no, como todo lo que se dice a sus espaldas, de boca de gente que él probablemente crea que son colegas y hasta amigos, y que evocan la imagen de un sujeto que es profundamente despreciado por los demás.
Lo arriba descrito no impresiona, el día a día lo blinda a uno de quedar estupefacto cuando es obligado a ver todas las semanas a un tipo así, porque hasta su novia (que sí, era una de las estudiantes de su clase, como si hiciera falta añadir más a la lista de cosas pútridas) se le escapaba una que otra barbaridad sobre él, desconociendo, tonta u oligofrénica ella, porque cara de ambas no le faltaba, que las paredes tienen oídos, y que todo eso que Fulano escucha por "accidente" una noche, al día siguiente lo sabe toda la 'troupe' del salón. Así fue como supimos por qué a veces llegaba a la universidad con los ojos rojos.
Y que no se te olvide, todo bajo la mirada consentidora del director de la facultad, que no escapa de la siguiente ecuación: o es tonto porque no sabe lo que pasa bajo sus narices, o ni lo desconoce ni es tonto, pero no le importa en lo más mínimo. Yo, en lo personal, voto por la última opción.
Al fin y al cabo, la palabra escrúpulos son unos pantalones que tristemente le quedan muy anchos a personas que suelen ostentar puestos importantes, personas que hace tiempo fueron conocidos anti chavistas pero que, por supuesto, son tan huevones de la vida que no se ven en el mismo espejo de inmundicia y nepotismo.
Piedra de Río
Piedra de Río no es un mal profesor. De todos los nombrados anteriormente es quizá el menos disfuncional. ¿La razón? Sabe bien su materia, sabe lo que tiene que hacer y aunque estricto, es justo. Lamentablemente, ser justo no es una virtud realmente atractiva si no se lleva de la mano con un poco de integridad, cosa de la que Piedra de Río carece amargamente.
Empecemos por lo primero ¿por qué Piedra de Río? En palabras del amigo que le puso el mote: por lo baboso. No en balde nunca sabremos si este señor iba a dar clases más pendiente de enseñar algo a los alumnos que de cogerse a alguien.
Uno es de carne y hueso y si algo sobra en la USM (sin dudas no libros, computadoras ni personal capacitado) son mujeres que estén explotadas de buenas. Piedra de Río seguro que no es el primero que entra al salón -en calidad de docente- pendiente de ver a quien puya, pero sí que podría competir por el primer lugar en la categoría de viejo verde.
Me tocó en dos semestres. No tiene una estatura privilegiada, y debido a que posee un aspecto bastante gracioso, no hace falta ser mujer para juzgar que su apariencia es desfavorable: tiene los ojos saltones, es semi-bembón, y no está en edad de hacer algunas estupideces sin temor alguno (como caminar de manera "bailada" una famosa tarde que hizo que básicamente medio salón lo convirtiera en blanco de chistes, video por celular incluido). La gente sin sentido del ridículo no debería darse el lujo de ir al trabajo sintiéndose exquisita.
Para colmo de males (y como si hiciera falta añadir más razones de por qué ninguna estudiante con cerebro o cuando menos dignidad lo quisiera en la cama en otra cosa que no fuera una pesadilla) es casado, salsero y, lo peor de todo, director de novelas para Radio Caracas Televisión.

Novelas de Radio Caracas Televisión; no aptas para coeficientes intelectuales mayores de 75 puntos en la escala de Stanford-Binet. Cerrando este canal, Chávez dio inicio al largo proceso de educación del pueblo venezolano. En pocas palabras: se dio un autogolpe. Desde entonces le ha ido progresivamente peor en cada elección. |
Y es que a pesar de que Piedra de Río se cree con derecho a hablar de la materia por haber sido director de bodrios televisivos característicos de la representación del tercer mundo y la gente que lo habita, el hombre, insisto, no es mal profesor.
El problema, que más que problema es un axioma, es que él es culpable de una serie de cosas...
Culpable de una idiotez ruin: por privilegiar con cortesía y buena educación a muchachas de excelente físico, y desdeñar públicamente a las menos bellas, teniendo él a una hija que ha sido catalogada de bagre. Si el karma heredado existe, ella sufrirá a manos de un hombre tan indeciblemente estúpido como su padre.
Culpable de ser patético sin darnos el placer de darse cuenta de ello: por haberse acostado con la alumna más idiota de todo el salón, la más descerebrada (tenía fama de ello), la tetona.
Culpable de ser un idiota, nuevamente, sin saberlo: por haberse llevado bien, dado trato de favoritismo y privilegiar con el promedio a un alumno que durante el semestre se rió en su cara. Supimos que plagió la idea del trabajo final de su asignatura, y que pudo habernos hecho perder el semestre porque la tomamos sin saber que le pertenecía a un joven productor colombiano gracias al VIART un año después.
Señor Piedra de Río, es usted un idiota infeliz. Pero al menos le reconozco algo; de todos los profesores listados aquí, yo presiento que en el fondo, muy en el fondo, es el único que lo sabe.
Los alumnos... la otra cara de la moneda
La Santa María es una universidad mediocre, eso no es secreto en Venezuela.
Sin embargo, justo sería mencionar que esto se debe gracias a un trabajo en equipo que incluye a los estudiantes.
Esta es la otra cara de la moneda, y, aunque te sorprenda, lo que invita mayormente a la reflexión.
Es bastante más llano que esa vieja pregunta que reza "¿qué fue primero, el huevo o la gallina?". ¿Qué somos nosotros, la causa o la consecuencia de los profesores disfuncionales? En este caso, primero (en mi opinión) fue el huevo, es decir, la institución mediocre. Y gracias a ello, vinieron las mentes pobres, los estudiantes deficientes, los cabezas de aire; los que conforman el 90% del campus.
¿Por qué? Porque la USM es el lugar anhelado por todo hijo de papá y mamá que tiene en mente joder y rumbear. Una agenda que no deja lugar para el estudio, y es tan real que se ha convertido en algo simbólico.
Por ejemplo: cuando vemos la imagen del Che pensamos en rebeldía, la del McDonalds en capitalismo, y la de Groucho Marx en comedia. Para el joven caraqueño (y para que los lectores extranjeros se hagan una idea) el logo y escudo de la Santa María representa rumba y jodedera.
¿Hacemos una prueba?
Mira:

| Ocho de cada diez venezolanos jóvenes sonrieron al ver esto. |
¿Lo intentamos otra vez?
Mira:

No quiero ser ni mucho menos pecar de persona quejosa. No lo soy, y hablo de todo corazón. Soy lo que se puede decir, muy venezolanamente, un chamo normal. Tienen que entender que, durante la carrera me dieron clase más de treinta profesores, y de sólo cuatro tuve quejas. De hecho, tuve muchas menos que el estudiante promedio. Una vez un compañero de clases me señaló de manera acusatoria por eso.
Voy a hablar ahora sobre algunos de ellos, no porque haya estado pendiente de sacarles defectos (nunca lo hice, de hecho la gente así me disgusta, me resulta soporífera), sino porque durante cinco años sobresalieron por su estupidez, frivolidad, o las dos cosas puestas juntas.
Finalmente, estoy convencido de que así estudies en la Santa María, La UBA de Argentina, La UNAM de México o la Complutense de Madrid, encontrarás gente así:
EL HOMOSEXUAL DEL SALÓN (que cree que nadie se ha dado cuenta que es homosexual)
El homosexual oficial de nuestro salón medía un metro sesenta y nueve, era de piel oscura, cabello negro, usaba anteojos del mismo color y tenía un nombre poco común (llamémosle Marco, como el famoso explorador veneciano que viajó a la China). Lo conocí desde el primer semestre.
Su aspecto no lo delataba del todo, pero desde el segundo que abría la boca y decía algo su condición se le salía a chorros. Ya el primer día, ese grupo de compañeros que estudiaríamos juntos durante el resto de la carrera, haciendo uso de esa consabida homofobia venezolana, hacían chistes cuando él no estaba o simplemente mientras no podía escuchar (incluso sus amigas más cercanas se reían de él por lo bajo cuando hablábamos en grupos grandes). Insisto, cada universidad del mundo es también una escuela de hipocresía.
El hecho de que Marco sea homosexual no es asunto de nadie, lo digo de tripas corazón. Creo que los gay merecen respeto y aceptación. Sin embargo, lo cómico del asunto es que él juraba que nadie se daba cuenta. Era alguien inteligente (aunque su ortografía resultaba desastrosa, lo que evidencia que los homosexuales no son tan prolijos como la mayoría cree), pero nada más teniendo en cuenta la tamaña audacia de pensar que cometía el crimen perfecto hablando de supermodelos a los que le hubiera gustado hacerle, en palabras suyas, "una paja rusa", estaba claro que subestimaba un poco nuestra inteligencia.

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no relacionada: humor estudiantil en las carteleras |
Eso demuestra que siempre hay que ser realistas, y tener un límite a la hora de ver qué tanto crees que puedes engañar a los demás. Por eso es que cuando uno es lo que es, resulta mejor dejarlo así y mandar al demonio el prejuicio de otros. De lo contrario, hay consecuencias razonables; lo de la paja rusa no lo escuché yo sino que se lo dijo a uno de nuestros compañeros, que desde luego procedió a contárselo a los demás en el famoso kiosco del estacionamiento de Comunicación Social, sirviendo en bandeja de plata el gran chiste de la noche.
Lo irónico es que yo nunca me burlé de él (bueno, quizá un par de veces... no quiero que alguno lea ésto y me escriba para recordármelo, porque los conozco), pero ojalá, en estos dos años que no he sabido de él, haya aprendido una lección importante: el sol no se puede tapar con un dedo.
| LAS DESCEREBRADAS | (No aptas para acompañar a una media naranja con grandes o incluso pequeñas ambiciones intelectuales en la vida) |
En el salón estaban las famosas descerebradas, a las cuales no podías acercárteles lo suficiente mientras hablaban en sus reducidas manadas sin sentirte abrumado por temas de conversación que destilaban estupidez e intrascendencia en proporciones bíblicas. Ellas eran para nosotros lo que para el resto del mundo son los emos. Si nunca llegamos a linchar a una en el estacionamiento creo que fue por suerte, porque ganas no nos faltaron.
A veces hablábamos sobre ellas de manera tan venenosa que había momentos silenciosos de reflexión, ya que hacía que los "asquerositos" (el equivalente a los choripanes venezolanos) nos cayeran mal.
Las mujeres me excitan, pero está claro, al menos en mi caso, que se necesita más que eso para sentirme cautivado. Por ejemplo: me encantan las señoritas inteligentes, me gusta que puedan hablar de política, que tengan cultura general, que sean muy jodedoras, y que no tengan un gramo de estúpidas así como a ellas no les gusta un hombre de buen físico que sea un huevón o, peor todavía, que cuando abra la boca le salga voz de gafo.
El combo de las descerebradas no sólo eran orgullosas de serlo (o no les importaba, lo que nos irritaba aún más), sino que cumplían todos y cada uno de los requisitos para ser una grotesca parodia de ciertos personajes de la televisión que de por sí están destinados a ser una burla de ellas mismas. En mi salón hubo unas que harían quedar a Britney Spears como digna candidata a la Cámara de Representantes de Suiza.
Llegaban a un punto tal de cretinez absoluta (recuerdo que una se puso a chillar rogándole al profesor que no diera clases el día que caía el concierto de David Bisbal) que se convertía en algo sub-humano, primigenio, lovecraftniano; eran vaginas parlantes.
Sin embargo, una de ellas me demostró que se puede ser bruta sin llegar a ser -del todo- estúpida; logró pasar una materia porque se acostó con un profesor. (Adivina quién...)
EL BOBO
Yo tuve un compañero que cuidaba mucho su aspecto físico, al punto que se le veía visiblemente preocupado cuando debatíamos si los metrosexuales podían ser considerados homosexuales. No era tonto, porque estudió dos carreras al mismo tiempo (aunque en la USM semejante hazaña pierde mérito si tenemos en cuenta que varias de las señoritas arriba mencionadas lograron graduarse ahí).
Me caía bastante mal, cosa que no es en lo absoluto peor que el hecho de que también le caía mal a otras personas que por lo general hablaban con él a diario. Al menos yo era sincero.
Tenía una actitud abiertamente sifrina (que en la jerga argentina quiere decir cheto, o fresa en la mexicana). Sin embargo, ni siquiera lo anterior era tan malo como oírlo dar un resumen del capítulo de anoche de la novela de Venevisión, o sus historias de veinte minutos donde relataba cómo organizó una reunión con sus amigos (incluyendo la selecta compra de doritos y platanitos), o escucharlo leer en voz alta, donde su extraña voz rebotaba contra las paredes creando un sonido bastante similar al de los maestros de Charlie Brown.
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no relacionada:"Promoción Audioviasual..." |
Le llevaba la contraria cada vez que podía, especialmente durante los debates dentro del salón. Una vez hubo una discusión sobre diferentes culturas alrededor del mundo, y yo estaba de acuerdo con su opinión, pero levanté la mano y lo desdije nada más para fastidiarlo. Hubo una ocasión en que un profesor nos dio a elegir entre dos opciones sobre un cambio en el plan de evaluación y dejaba la decisión final en nuestras manos. En el intermedio, cuando él aportaba su punto de vista para intentar convencer a alguien de que cambiara su voto, yo le tocaba el hombro a esa persona y le conminaba a que no se dejara convencer (delante de él).
Una vez saliendo de un programa simulado que hizo sobre la homosexualidad, le dije de manera muy fina "fue un tema excelente para que tú lo expusieras". Se rió. La verdad no entiendo por qué fui tan malo con él.
Pero él también se hacía caer mal; mención especial un día que estuvo en mi casa durante los primeros semestres y cuando le trajeron un jugo de naranja se le ocurrió preguntar "¿es natural?"
SI CHANCRO QUIERES TENER, POR **** ***** TE DEJARÁS POSEER
En nuestro círculo más cercano teníamos un compañero al que hoy podría catalogar como una bomba de tiempo. Al principio todo estaba bien, pero poco a poco dejó entrever su verdadera personalidad de una manera tal que, en décimo semestre, lo tuvimos que echar del grupo por consenso. Recuerdo que aquella noche nos reunimos en el cafetín de Derecho y le pusimos las cosas claras, aunque poner las cosas claras es una manera equivocada de enfocarlo pues no le dimos otra oportunidad, eso fue simplemente un desahogo.
Era irresponsable, quejón, problemático y, lo que ultimadamente nos llevó a tomar nuestra decisión: hipócrita, manipulador, moroso y un fraude (de eso último no nos dimos cuenta sino hasta después de graduarnos, sin embargo).
Una vez nos faltó poco para buscarlo y darle unos coñazos, no por lo que sucedió, sino por lo que pudo haber sucedido. Nos hizo perder tiempo y dinero en un proyecto que plagió, y que habría ocasionado un desastre de haber sido enviado al festival del VIART.
¿A qué se debe eso de "Si chancro quieres tener, por fulanito de tal te dejarás poseer"? Teníamos una compañera de grupo bastante inteligente que ingenió ese cántico; primero porque hacía rima con su nombre, y segundo porque lo vimos no una, sino varias veces con un chancro en los labios.
Era un miembro valioso en el equipo porque disparaba buenas ideas a cada rato, ideas que se podían adoptar para trabajos audiovisuales. El problema es que a mala hora nos dimos cuenta de que esa ideas no eran propias, sino una recopilación producto del numeroso tiempo que invertía en Youtube. Todavía recuerdo una de sus frases predilectas: "Se me ocurrió algo arrechísimo anoche".
Una cosa con la que yo nunca dejé de martirizar al equipo es el famoso "te lo dije...", porque fui el primer convencido de que era un mal elemento. ¿Desde cuándo? Desde el día que lo visitamos a su casa y vi el estado en que tenía a los perros de sus tíos, quienes estaban de vacaciones.
Los animales tenían los ojos llorosos, se hallaban desesperados por salir del limitado espacio donde no estaban acostumbrados a permanecer encerrados tanto tiempo (cuanto y menos días enteros), habían excrementos acumulados por todo el piso, y ambos compartían un tobo de agua sucia debajo de un sol ardiente. En ese momento, sin que me viera nadie, le di comida a uno de ellos. El animal me la arrancó de la mano a través de los barrotes. Sé que hay perros bruscos, en especial si es un rottweiler, pero este no había sido agresivo; estaba hambriento. Me lamía los dedos después de engullir el cachito para ver si conseguía agarrar las migas pegadas a la piel.

| Imagen no relacionada: había que poner un marcador entre los chupones para que el audio funcionara. |
Nunca me voy a perdonar no haberlo denunciado, en especial ese día que estábamos filmando un corto y le pedimos la ayuda de un policía que casualmente era de la brigada canina. Nunca lo haré aún a riesgo de que el efectivo no hubiera procedido porque, después de todo, eso es Venezuela.
Esa es una de las experiencias que constituyen quién fui ayer y quién soy hoy. Sólo espero que su confiado tío no haya llegado muchos días después de ese incidente.
Durante ese mismo semestre lo volvieron a botar de otro equipo y, según nos contaron, lloró. Sus integrantes se nos acercaron y pidieron una reunión después de clases para hacernos preguntas sobre él, preguntas que respondimos afirmativamente y a las que agregamos nuestras propias anécdotas.
Ese día nos confesaron que ellos, así como varios otros equipos del salón, nos habían visto como a unas ratas por haber hecho lo que hicimos. Hubo una disculpa que cortésmente aseguré que no era necesaria, y la disolución total de esa visión equívoca de nosotros.
Conclusión, y un mensaje para ti...
El Diario de Dross es un blog que comencé en el año 2005 y, a la fecha, es visitado en 52 países (por latinos que andan desperdigados a través del mundo). Según la wikipedia, tengo uno de los sitios más populares de su estilo en América Latina, hace mucho tiempo podría haber colocado banners para que me pagaran, tengo pendiente la publicación de un libro humorístico y, básicamente, lo que me ha sucedido es algo que sólo le pasa al 0.59% de todas las personas que inician un blog.
Y sin embargo, sé que lo que yo puedo escribir es muy, pero muy poco para convencerte de que elijas otra universidad.
No te culpo; es una decisión demasiado importante, y no puedes dejarte convencer por algo que leíste en Internet. Pero si eres de esa reducidísima minoría que le preocupa su formación académica, sé que vas a evitar la USM por más que yo, cuando era un estudiante como tú, pensara una y otra vez:
"No es donde te gradúes, es el tipo de profesional que tú elijas ser"
¿Sabes por qué? Porque aunque sea verdad, a mí también me hubiera gustado sentir orgullo, afinidad y un nexo hacia mi universidad.
Yo creo que graduarse con honores en un lugar como la Santa María debe sentirse igual a ser cabeza de ratón sin estar seguro de cuál es tu posición real entre los leones y, por ende, la vida. Podrás disfrutar de la ola, del momento; pero en el fondo, si tienes conciencia, nunca te dejará de perseguir ese fantasma... el fantasma de saber que en el fondo tus méritos quizá hayan sido músculos de aire. Preguntarte si habrías podido lograr lo mismo en un lugar de nivel. No lo sabré yo, que me gradué Cumm Laude y todavía no hallo la forma de sentirme orgulloso por ello.
Algo que nadie me va a quitar es que tuve códigos, y los he llevado hasta el punto en que le resulto odioso a los demás; no asistí a mi acto de graduación ni me puse toga y birrete porque sentí que sería traicionar mis principios. No dejé de considerar por un segundo que aceptar ponerme el anillo de graduación colisionaría inevitablemente con mi sentido del ridículo. Bien saben los estudiantes de universidades mejores que llevar un anillo de la USM es como ser un rancho con timbre, bien que se lo advierten a los muchachos de quinto año de bachillerato de cualquier escuela privada en Caracas.
No asistí al acto también como un favor a mis compañeros, porque a menos que alguien hubiera sacado un promedio más alto que el mío (en el salón donde estudié no, pero probablemente sí en alguna otra mención), le hubiera cagado la fiesta a todo el mundo.
De haber llegado al podio hubiera pedido un segundo ante el micrófono y habría sacado el sombrero y los lentes de debajo de la toga; sé que en ese momento mis amigos más cercanos se hubieran levantado de la banca, habrían tomado de la mano a mi madre, y se hubieran marchado ipso facto con ella.
Que no me mal entienda nadie, especialmente si es venezolano; hay personas salidas de la Universidad Santa María que a nivel profesional podrían enseñarle bastantes cosas a los mejores estudiantes egresados de universidades superiores. Dudo que pocos puedan hacer producciones audiovisuales como mi bro, que estén capacitados para llevar un programa de rock de alta calidad como uno de mis altos panas, o que destilen tanto talento como para dejarme boquiabierto con un corto musical de Pedro Navaja dirigido por otro de mis amigos. Ni yo ni mi grupo tiene nada que envidiarle a nadie.
Sin embargo, mientras seamos jóvenes, ninguno se va a poder quitar ese estigma, ese estigma que se representa en una pregunta que siempre frunce el corazón a un egresado de la USM cuando optamos por un puesto de trabajo codiciado o, peor todavía, cuando somos medidos por nuestros iguales: ¿en qué universidad te graduaste?
La Santa María tiene varios profesores excelentes, los grandes ausentes de este artículo; yo pienso que mucho mejores que los de otras universidades porque, para ser bueno y dar clases ahí, hay que tener corazón. Mención especial a una maestra de historia de apellido portugués que tuve en sexto semestre, a otra que me dio una materia inherente a la crítica de cine, a un profesor ya mencionado al principio de este artículo que nos mostró la importancia de películas como El Ciudadano Kane, a una profesora bastante petisa y voz menuda que cada vez que caían aguaceros veía al cielo y decía "qué falta de respeto", y a otro que me enseñó más que nadie sobre mitología.
A todos ustedes, si están leyendo ésto; los felicito, son personas maravillosas. Gracias por hacer que todo no fuera una gran pérdida de tiempo. Los voy a recordar por siempre.
Al resto de ustedes, que serán estudiantes de la USM, recuerden lo que he escrito, recuérdenlo muy bien, porque van a repetir mi historia, y tendrán experiencias muy parecidas a las mías. Prepárate, pues cuando te hayas graduado es posible que, si quieres destacar, vayas a tener que esforzarte y ofrecer mucho más que los mejores si aspiras a estar entre ellos. Será parecido a ser un extraño trabajando en tierra extranjera.
Las cosas malas ya las sabes, ya he escrito mucho sobre ellas. Permíteme ahora descolgarme escribiendo una buena; al final del camino, si has destacado, si has sobresalido, y si has demostrado lo que vales, será porque tú te has construido a ti mismo, no tu universidad, como a todos los demás.
Más allá de tu promedio, ese es el verdadero honor de ser un egresado de la Santa María.
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7 de diciembre 2008 |