Una Historia de Aventura
Copyright, todos los derechos reservados a nombre del autor... si copias total y/o parcialmente esta obra, no sólo es muy posible que alguien en Internet o incluso en la "vida real" se de cuenta de ello y quedes muy mal, sino que además voy a ir a tu casa, te voy a sacar la columna vertebral por el culo y te voy a guindar de un ventilador en el techo con ella, y encima te voy a mear las piernas
"Una Historia de Aventura" es un cuento experimental que se me ocurrió escribir mientras estaba en la cama después de la operación de las hernias. Es diferente a todo lo que he escrito antes. Espero de corazón que les guste.
Antes de empezar, lean las críticas que me han hecho algunas personas que ya la han leído:
Te felicito Dross... me encantó, es una de mis favoritas, me costó acostumbrarme a los personajes al principio pero después quedé con ganas de más, 10 puntos sobre 10.
- Un amigo
Seguramente Spielberg querrá convertirlo en película algún día...
- The Last Ninja
Pero coño ya déjame en paz nojoda!
- El tipo que vende el PlayStation 3 a 5000 dólares
Maravillosa. La mejor obra literaria desde 100 años de Soledad...
- Dross
ADVERTENCIA
Se necesita de un pene grande para disfrutar de esta obra.
ADVERTENCIA II
Si no posees ojos que arrojan láseres nucleares como todos los hombres de verdad y se te dificulta leer textos largos a través de la web, puedes descargarte la historia en un documento word.
Dedicatoria
Le dedico esta historia a Pedro y Teresa, mis dos nalgas. Los quiero, chicos.
Olvídate del planeta Tierra. Esta es una historia que se desarrolla en una galaxia muy lejana, en un planeta conocido como Yóvedi.
No sé si Yóvedi sea más grande o más pequeño que la Tierra, pero tampoco importa, porque ambos no tienen nada que ver uno del otro, a excepción de una cosa: poseen vida inteligente.
Yóvedi es un mundo morado y brillante, se pueden distinguir las nubes cuando uno las mira desde la distancia de una luna, y también se pueden ver las arrugas del agua cuando uno se acerca a la estratosfera…
Y si uno fuera un poco más lejos podría ver, también, algunos picos altísimos y oscuros, pero desgraciadamente eso no es prudente porque ya a ese nivel, uno estaría en vías de descoñetarse contra el suelo envuelto en una bola de fuego, y pues vaya mierda…
Lo importante es lo siguiente: hay vida, y mucha.
De todas clases, todos tipos, y todos los colores.
Y si conviven en paz o no, tampoco lo sé…
Lo cierto es que escribo
sobre Yóvedi porque ahí donde se desarrolla una historia que vale
la pena contar…
1
Todo empieza en un bosque muy grande.
Tanto, que incluso desde la colina más alta el manto del valle puede escapársele de la vista a cualquiera. Hay lugares muy altos, montañas ariscas que, de lejos, parecen brazos de algún castillo draculesco, y también hay árboles, de esos tan frondosos y verdes que se ven incluso húmedos, con troncos gruesos, vetustos, que tienen miles de años, y copas que los coronan, y que duran kilómetros, que no permiten ver el cielo azul oscuro de Yóvedi. Los suelos tienen grama tan copiosa que son similares a una gran cobija verde.
Flores azules, plantas azules, árboles azules… más raro que el coño, pero muy bonitos, claro.
Entonces más allá se encuentra un cañón, y a lo largo de este cañón hay una ciudad, una ciudad con pinta babilónica, muy bella, luciendo estructuras larguísimas e inmensas, cada una regala una visión en la que puede dominarse un horizonte repleto de balcones inmensos en lo alto, con piscinas y palmeras hermosas y gordas meneándose de acá para allá por la brisa, varios lagos alrededor de la circunferencia de la ciudad, llenos de agua tan cristalina que de no ser por la brisa ondulando sobre la superficie transparente cualquiera, a lo lejos, juraría que estaban vacíos, y también puentes largos y titánicos mirándolo todo desde lo alto, sostenido por columnas pintadas de colores pasteles que combinaban y regalaban esa apariencia tan anacrónica de lo tribal con lo moderno.
Y un elemento que, de la mano con la exquisita arquitectura, ponía la fresa encima: árboles. Muchos, muchos árboles, rodeando cada avenida, cada calle, alrededor de cada edificio, y de los puentes de cada uno de los muchos palacios.
La ciudad tenía un nombre: Solaris, pero por sentir que de una u otra manera era muy cliché y poco original, se lo cambiaron a otro: Solares.
Algunos habitantes protestaron bajo el pretexto de que Solares parecía nombre de compañía de seguros, pero al cabo de poco tiempo la gente acabó por acostumbrarse: así que Solares se quedó.
La brisa soplaba fresca sobre Solares, era una ciudad que, bueno, le hacía cierto honor a su nombre porque resplandecía un sol anaranjado entre las montañas lejanas, casi siempre enmascarado, tal cual una rosa, entre nubes rojizas.
Pero el clima no era caluroso. Por una u otra razón de corte astrológico que en este momento se me escapa, Yóvedi es muy clemente con su clima (otro de los factores fundamentales en los que se diferencia con la Tierra donde, con el perdón de las expresiones, el calor puede ser tan inclemente y joputa, que es capaz de hacerte sexo anal hasta que se te quemen los riñones).
Prosiguiendo: dos criaturas muy simpáticas, que provienen de Solares, estaban fuera de la ciudad, paseando.
Desde la alta colina verdosa y llena de frondosa y cavernosa vegetación, podía contemplarse a la inmensa y circular urbe, y a sus las alargadas torres vigía con forma de pared que la rodeaban como a un fuerte místico, abrazada por un sinfín de enrolladas lianas verdes que trepaban en todo su alrededor.
Cuando digo dos criaturas muy simpáticas puedo dar la falsa impresión de que son dos ositos de peluche de cuarenta centímetros, y no… uno de ellos mide un metro ochenta y ocho, y el otro sobrepasa el metro noventa. No son humanos ni nada que se le parezca: son animales, pero de esos que caminan en dos patas y hablan.
Por lo tanto, tienen casi cuarenta veces más fuerza o destreza que un ser humano, pues, es obvio que pueden alejarse mucho su ciudad sin preocuparse demasiado por regresar a tiempo a la hora de la cena.
Entonces en determinado momento, después de haber caminado ya por mucho rato, en silencio, el más alto le dice al más bajo, mientras aparta unas ramas:
- Por ahí hay un claro que no hemos visitado nunca.
Y el más bajo, que tenía la perfecta apariencia de un lince, se acomodó los anteojos transparentes y siguió, con la mirada, el lugar que indicaba el dedo de su amigo.
- Chévere, vamos.
No pasó mucho después de que llegaran al mencionado claro cuando los dos se sentaron frente a lo que parecía el cadáver frío de lo que alguna vez, hace ya muchas noches, debió ser una fogata. Una boca rodeada de arbustos y flores frondosas los escondía muy bien de todo lo que pasaba más allá.
Cuando se sentó, el tigre se sacó la camisa y la colgó en una rama que sobresalía por ahí cerca. El sol estaba en su punto más alto, empezaba a hacer un poco de calor y el lugar que los felinos escogieron estaba casi desprovisto de brisa. El lince simplemente optó por quedarse sentado, con un brazo rodeando sus rodillas. Sus cabellos, bien distribuidos alrededor de la cabeza, le llegaban por debajo del mentón, sus orejas enormes permanecían alzadas como si estuviera esperando escuchar algo, y por momentos sus anteojos hacían ver sus entrecerrados ojos amarillos más amarillos.
- Y, bueno, creo que no
deberíamos alejarnos más, por hoy.
- Pienso igual –repuso el lince-
- Bosque y más bosque, y más bosque y más bosque…
no hay nada más interesante que ver, más allá…
- Ajá.
Hubo varios segundos de silencio.
- ¿Trajiste los porros?
- Claro…
El lince hurgó en el bolsillo de su suéter y extrajo varios cigarrillos alargados, algunos de ellos estaban tan mal enrollados que el tripero de marihuana se intentaba salir por el borde.
El tigre agarró uno como si fuera una patata frita y se lo colocó en la punta de la boca.
- ¿Tienes fuego? Preguntó, con esa voz típica de quien parece estar hablando con un papel entre los dientes.
Su compañero alargó un mechero y esperó con paciencia a que el ojo de hierba que rodeaba el papel ardiera.
- Ah, mierda, qué
rico… ¿tú no vas a fumar?
- Claro…
El joven se colocó el suyo en la boca y lo encendió, con esa experticia propia que resalta en quien entrecierra los ojos al mínimo y protege la llama haciendo barrera con la mano.
Su amigo suspiró, cogió el cigarrillo cuidadosamente entre los dedos, y lo observó de cerca, con una especie de fascinación.
- Y pensar que van a subirle el impuesto a la marihuana en año nuevo. Se supone que como parte de un programa nuevo para disminuir el consumo. Qué estupidez. No entiendo a qué viene esto si tiempo tiene ya de legalizada.
El otro dio una bocanada sin decir nada, observándolo.
- Y, bueno… -dijo,
pausadamente, dispuesto a no seguir yéndose más por las ramas-
¿vamos a hablar del tema?
- Cuando gustes.
Entonces tigre miró hacia abajo un momento, y luego de vuelta al lince.
- Empezamos a hablar sobre esto hace dos días…
Se detuvo un segundo, a ver si el otro tenía algo que aportar. Al parecer, no, sólo se limitaba a observarlo.
- Y llegamos… llegué, a la conclusión de que no me gusta que quieras tener algo con Tabi.
Volvió a detenerse prudentemente a ver si esta vez el lince cambiaba de parecer, pero seguía en silencio.
- Y el pretexto para eso,
(y digo pretexto porque, bien, sé que es algo tonto de mi parte), es
que jamás me sentiría cómodo verlos juntos, porque tú
sabes que ella y yo fuimos novios por dos años. Sólo imagínate
tener que salir los tres y que de repente quieran tener una muestra de…
afecto público.
- …
- Eso por no decir – se apresuró- que el sólo hecho de que
sean novios ya de por sí es incómodo, sin muestras de afecto público
de por medio. Además, no querría tener que ser un punto de incomodidad
para ustedes dos, tampoco...
El lince se quitó el cigarrillo de la boca.
- Así que la solución perfecta sería que no fuéramos novios.
El gato más grande giró la mirada por un momento.
- Sagitta, yo no te estoy
diciendo que no seas novio de ella, no te lo estoy prohibiendo, y para los efectos,
no puedo hacerlo, pero a mí en lo personal, pues, me… me afectaría
verlos juntos. Fuimos novios por dos años, y tuvimos algo bastante serio…
- Pero ya no, ¿verdad?
- No.
- Y no has podido dejarlo atrás.
Sagitta pronunció esas últimas palabras en un tono en el que cada letra parecía balancearse afiladamente entre un golpe al mentón y un simple comentario.
- No es que no haya podido
dejarlo atrás, es que es una cuestión que simplemente es como
es. Cuando tú tienes una ex novia y ves que sale con otro chico, en cierto
grado, en cierta medida, te afecta, aunque ya no sea tu novia.
- A mí no me pasa eso.
El grande resopló, irritado. Sagitta lo seguía observando con aquellos terribles ojos dorados, fumando de nuevo.
- Eres un mentiroso. Te
pasó con Kasdeya.
- Kasdeya es otro asunto –contestó, después de soplar el
humo-
- Llevabas con ella tres años cuando la relación colapsó
y entonces un año después no me digas que no te afectó
volver a verla, y encima con el pajarraco. Y ahora, yo estoy pasando por lo
mismo que tú, sólo que en vez de verla con el pajarraco, la voy
a ver contigo.
- Lo que me afectó a mí no fue el pajarraco sino simplemente Kasdeya
en sí, pero eso no importa… ahora veo bien qué es lo que
te molesta.
Dicho eso, el tigre sintió una mezcla de incomodidad con vergüenza. Hubo varios segundos de silencio.
Sagitta sostuvo la colilla con dos dedos, golpeó la punta con la colcha de la yema, se deshizo de las cenizas, y preguntó:
- Entonces, ¿cómo te lo vas a tomar?
Fue ahí cuando él comprendió que no iba a poder influir en la decisión de su amigo.
Se encogió de hombros, y miró al suelo.
- Bueno, podría matarte
ahora mismo.
- Hmm…
El lince arrojó la pequeña colilla oscurecida con un capirotazo, el silencio incómodo volvió a cundir.
- ¿Tú crees que esto afecte nuestra amistad, Sagitta?
Éste veía a otra parte, pero escuchó muy bien la pregunta del otro, pues sonrió.
- No sé…
- Eres un hijo de puta. ¿Cómo te vas a reír?
- Me hacen gracia tus preguntas estúpidas.
La cabeza del tigre parecía un globo hinchado.
- Tan sensible, y al mismo tiempo, tan bestial –repuso-, me acuerdo hace un año, cuando Fibi, ¿Fibi, verdad? Sí, Fibi; aquella conejita, peleó contigo por Internet. ¿No te acuerdas de esa anécdota?
Antes que Ysaak pudiera responder nada, su amigo continuó:
- Ella salió de Solares
rumbo a su pueblo natal, que casualmente es donde vive aquel amigo tuyo de la
infancia. Esa noche, conectada, aprovechó para decirte todas las cosas
que te merecías por el Mensajero, sin tener idea de que al día
siguiente tú ibas a ir para allá, a pasar las vacaciones, ¿no
te acuerdas?
Fibi (l) dice:
Y para que lo sepas, eres un egoísta y un pedazo de cabrón
Fibi (l) dice:
Tigra maricona
Fibi (l) dice:
Vete a hacer gárgaras con las bolas de tu abuela
Fibi (l) dice:
Me cansa tu machismo
Tiggon the Great dice:
…
Fibi (l) dice:
Tu soberbia y tu arrogancia
Fibi (l) dice:
No se ni que te vi…
Fibi (l) dice:
Con tu imponencia amenazante y tu actitud de perdonavidas, ¡que estúpido!
Fibi (l) dice:
Y de creer que eres más que todo el mundo y que puedes pasarme por encima
Fibi (l) dice:
Uff!
Ya era hora de que alguien te dijera tus verdades en la cara, y me alegra que
no vaya a volver a verte más.
Fibi (l) dice:
Y sabes que más? PRRRRRTZ
Fibi (l) dice:
Ja!
Fibi (l) dice:
Cabrón
- Al día siguiente,
por la tarde, cuando tocaste la puerta de su casa y ella te abrió, debió
haber pegado un grito tal que me extraña que no la haya escuchado hasta
yo estando en Solares, justo dos segundos antes de que le saltaras encima.
- Eh, espera un minuto, eso a ella le gustó.
- Claro que le gustó: de hecho, Tabi y yo tenemos la teoría de
que en realidad sí sabía que tú ibas a pasar las vacaciones
por allá, y precisamente lo hizo a propósito para que tuvieran
más de eso en ese estilo “pervertido” que a ustedes dos les
gustaba pero ninguno decía.
El escuchar y aislar la pequeña frase <<Tabi y yo>> hizo que el estado anímico de Ysaak bajara un par de escalones al fondo. Lo resintió.
- Pero no te preocupes, no voy a ahondar más en mi teoría ni a decirte que Fibi sabía nada –propuso el lince- sé que eso le quitaría toda la gracia a la anécdota en sí. Así de bestia eres.
<<Te duele, porque todavía estás enamorado de Tabi ¿verdad?>> -pensó, para sí mismo-
Y no podía decírselo a Sagitta, no a estas alturas. Ahora, el tigre no podía hacer otra cosa más desesperanzadora que desear tener una máquina del tiempo y retroceder seis meses al pasado.
Y todo lo que se le había ocurrido de hacía días era camuflar ese amor, y tratar de jugar con su amigo la carta de la amistad, que bien hubiera podido ser válida, pero no… no le iba a funcionar, y se estaba dando cuenta de ello. Estaba perdiendo la batalla, con el poco terreno que todavía le quedaba por pelearla.
- Bien.
Y se quedó callado, con rostro ensombrecido, y doloroso.
Sagitta observó hacia arriba y cerró los ojos, disfrutando la poca brisa que le llegaba. Se quitó los cabellos de la cara, y se quedó viendo cualquier cantidad de cosas sin ver realmente nada, inmerso en uno de esos gestos en los que uno podría pasarse horas.
Y a Ysaak también le molestaba eso, profundamente. El amigo que estaba apunto de robarle a la persona de la que él nunca dejó de gustarle, y de la que de hecho, más había estado enamorado en toda su vida, no le estaba prestando atención. Sagitta no le iba a preguntar absolutamente nada. No iba a propiciar nada que pudiera prolongar esa conversación, ni que de ella naciera una esperanza para Ysaak.
Lo peor es que Sagitta lo sabía, e Ysaak sabía que su amigo lo sabía, y eso sólo lo hacía sentir peor y más patético.
- Bueno, mira… -dijo, muy lentamente, casi como un murmullo, con las orejas bajas- espero que los dos sean muy felices...
El lince sacó otro pitillo de marihuana, cerrándole el costado con sus afiladas garras negras. Observaba al mismo tiempo a Ysaak, con los mismos ojos amarillos y párpados entrecerrados, luciendo en su rostro ese delgado hilo que le confería bien una apariencia de mafioso, bien una actitud fría.
- …y, yo… -continuó-
El tigre torció la boca:
- …yo te prometo que esto no va a afectar nuestra amistad y que no voy a interferir entre ustedes. Es decir, por mí, no se preocupen, ninguno de los dos.
Sagitta encendió el cigarrillo, evitando la escasa brisa con una mano.
- Y te agradecería en verdad, -finalizó- que esto, quedara sólo entre tú y yo.
De pronto, imaginó nítidamente la escena que propició ese último comentario: Sagitta y Tabi hablando en la intimidad de Ysaak… diciendo cualquier cantidad de cosas, y muchas de ellas, desagradables, humillantes para él.
Por eso, y por un montón de cosas que posiblemente sucederían, es que no podía evitar aferrarse a un pequeño pedacito de esperanza:
- Y si decides no seguir adelante y no empezar una relación, pues, mira, yo no quiero que ustedes dos dejen de ser amigos, tan buenos amigos como lo son ahora…
Entonces, vino la estocada final: el lince se lo confirmó:
- Ysaak, sí va a suceder.
Sintió un golpe emocional terrible en el pecho.
- Sí va a haber una relación. Y como sé que te lo preguntas siempre, que lo has intentando averiguar, e incluso no tienes el valor de preguntármelo: sí, ella y yo hemos…
De repente sintió un vacío en el estómago tan grande, que,
aún varios años después, en el futuro, pensando sobre aquella
conversación, pensando en Sagitta, y en Tabi, agradeció, muy en
el fondo, y sin jamás haberse atrevido a decírselo a nadie, lo
que pasó, un segundo después:
La explosión lo cundió todo con tanta fuerza, que vio negro y su mente se paralizó por un instante, de manera que aquello debió sentirse muy similar a estar muerto. La onda expansiva volteó a los dos felinos y los arrojó al suelo, como renacuajos. Un árbol salió arrancado de la tierra y cayó. Varios pájaros, al igual que un zancudo al que le aplauden a un centímetro de distancia, no sobrevivieron, y cayeron al suelo, como soldados de plomo, y el cerebro hecho pasta.
Ysaak se cubrió las cabeza con las manos, no por el acto consciente de protegerse, sino porque le ardían los huesos. Y Sagitta debía estar en igual estado, o peor… permanecía tirado en el suelo, boca abajo.
La primera palabra que saltó de su paladar no fue precisamente la más decorosa para inaugurar tan extraño evento:
- ¡MIERDA!
Los retumbos de las palmeras cayendo después del golpe lo asustaban, pensaba que alguna se les podía venir encima.
- ¿Estás… estás bien? -gimoteó-
Ayudó a Sagitta a incorporarse, el lince movía sus enormes orejas de un lado a otro, involuntariamente. Se puso de pie y empezó a mirar a todos lados, como alguien que está siendo cazado y no sabe desde donde lo contemplan con la mira.
Otro retumbo, pero a Dios gracias, más lejano, volvió a hacer temblar el suelo, y a tirar cantidad de otros árboles que habían quedado como dientes flojos por el primero. Incluso, le pareció que algunas rocas habían cambiado de sitio.
Sagitta observó fugazmente la lejana silueta de Solares, pero aquello había sido un auto-insulto a sus capacidades felinas. Él sabía muy bien que el “plomazo cataclísmico” no había venido de allá, por el contrario, aquello venía de acá, más profundo, dentro de la selva, pero su curiosidad visceral y racional pudo más que su instinto salvaje: tenía que ver si su hogar natal todavía permanecía entero, sólo por si las dudas.
Hubo un tercer estallido más lejano, pero a pesar de ello, el temblor prolongado que se produjo en el suelo como resultado, el llanto grumoso y oscuro de la roca, fue aún más grotesco.
- ¿Qué carajo está pasando?
Sagitta se agarró la cabeza con ambas manos, gruñendo, con los ojos bien cerrados, furioso por la resaca del dolor. El cuarto impacto se escuchó un poco más cercano que el tercero, pero desde el noroeste.
<<Se mueve rápido, cuidado, cuidado, cuidado>> le advirtió su instinto felino, con esa onda sucesiva de pensamientos que rara vez puede traducirse en palabras.
Pero cuando, a juzgar por el tiempo que tomaron los cuatro primeros bombazos, ya iba siendo hora de que sonara el quinto, todo el gran pedazo de mundo que dominaban ambos gatos, tanto por sus dotados ojos, como por su agilísima capacidad auditiva, quedó en un total y no aliviante, sino siniestro silencio.
Todos los animales debían estar demasiado lejos, o muertos de miedo. La brisa parecía haberse asustado, también.
Los dos estaban de pie, viendo hacia la jungla. Solares era una radiante silueta detrás de ellos.
Sagitta, despeinado, ya no parecía un cute-guy de animé, ahora lucía más bien como el gato de Chucky.
Ysaak, por su parte, mantenía los dientes apretados y todos los músculos del cuerpo enervados. Su cola estaba tiesa, como pata de perro envenenado, o alguna otra cosa más afortunada.
Ahora, las ondas de choque eléctrica que manaba de ambos se comunicaban un mensaje en común: ¿vamos a ver qué sucede, o mejor nos marchamos de aquí?
…
La curiosidad mató al gato, o algo parecido andaba pensando Ysaak sobre sí mismo cuando estaba subiendo esa colina que estaba a más de dos docenas de metros del claro donde habían estado hablando. Su mente estaba tan descolocada que sabía que el tema de conversación de la charla había sido desagradable… pero todavía no recordaba muy bien de qué estaban hablando exactamente.
No fue sino hasta que llegaron al tope de la colina que, para la ingravidez de sus estómagos, se dieron cuenta que ésta era completamente artificial, del mismo modo que lo consideraría una hormiga inteligente si se asomara desde el hoyo del dedo pulgar que ha dejado un pie humano en la arena húmeda de la playa.
Frente a ellos yacía un hueco espantoso, grotesco, y gigante. A los lejos, ambas figuras parecían posar en lo alto del colosal barranco de un póster de fantasía.
Desde adentro del pequeño abismo salía una extraña neblina blanca, que se estiraba mórbidamente hacia arriba, y se desmaterializaba con la brisa al llegar a la superficie.
Más allá, más por allí, y más por aquí, había otros “campos de fútbol” brutales, agujereando el paisaje.
Huelga decir que ninguno de los dos se atrevía a decir nada.
Cuando los tímpanos del tigre se sobrepusieron al ardor, pudo escuchar entonces la voz del inmenso agujero, porque sí, tenía un sonido, un sonido abisal, similar al que produce la concha del caracol cuando se la pone sobre el oído.
Sus orejas se movieron de forma grácil, por la brisa calurosa, comprimida, que venía desde adentro. El crujido de la arena cayendo al vacío desde la punta de sus botas le hizo considerar que estaba demasiado cerca del borde.
Sagitta le tocó el hombro.
Observó a su compañero, quien miraba para arriba hipnotizado, y cuando él entendió e hizo lo mismo, experimentó la sensación de electricidad en la cabeza y sobrecogimiento más frío, y espantoso de toda su vida.
Un plato blanco, de apariencia líquida, como si estuviera derramado allá arriba, en un círculo perfecto, del tamaño de varios rascacielos puestos juntos (medida que juzgó Ysaak), se hallaba flotando encima de ellos, sobre el barranco, en absoluto silencio.
- Dios…
Era sin duda uno de esos momentos en que el cerebro baja la palanca al estado neutro. Lo mismo da que los mataran a los dos ahí mismo, ellos, probablemente, hubieran sido los últimos en enterarse. Cosas así lo convierten a uno en un autómata, que sólo sirve para dedicar todo un cerebro útil y funcional a contemplar, absorto, algo.
Y el plato blanco, el círculo, seguía allá arriba, como una aparición, y tan, pero tan silencioso, que era, simplemente, como si no estuviera.
Entonces, desde el interior de ese espectro gigante, empezó a bajar una lluvia de cubos pálidos, como si fuesen datos desde el monitor de una computadora. Y una vez abajo, dentro del precipicio, reunidos unos con y sobre otros, como si fueran parte de algún juego de mesa, los objetos se transformaron, brillando, en máquinas, que se pusieron manos a la obra por sí mismas, y no tardaron en convertir al lugar en una suerte de sitio en construcción.
Los cubos más grandes se abrían, y, de adentro, los robots sacaban materiales para construir lo que, supuso Sagitta, podría ser, a futuro, una torre cristalina de metal, que en algún momento se erigiría y se encontraría con los otros cuatro soportes que deberían ser erigidos también en los otros tres barrancos distribuidos por el sector, creando una fortaleza masiva.
La forma que operaban estos objetos, todos geométricamente cúbicos, era extraña: el fino ojo de Ysaak consiguió ver que cada uno se alumbraba y desalumbraba de forma intermitente, porque estaban llenos de un líquido que se calentaba terriblemente y podía fundir su envase, como vidrio, tomando, a partir de este punto cualquier cantidad de formas. Desde muy adentro, un algo muy misterioso se encargaba de hacer funcionar a los aparatos ora como tractores, palas mecánicas, o cajas de carga. Era un todo en uno.
Si uno ve una cosa sorprendente, lo primero que quiere es compartirla con otra persona. No se sabe realmente si por el acto en sí de compartir, o sencillamente para tener la oportunidad de afirmar que se ha visto algo de puta madre y tener pruebas para demostrárselo a los demás.
Sagitta e Ysaak no. Ellos estaban en una sensación etéreamente orgásmica que alcanzaba ya los diez minutos. Parecían zombis con alguna extraña fascinación voyeurista.
Fue entonces cuando, desde arriba, desde el gran plato, que ya estaba casi completamente “destrozado”, no en el sentido malo de la palabra, sino porque gran cantidad de partes cuadradas se hallaban separadas de ella, bajó un platillo más pequeño. Una especie de cápsula de forma esférica, en cuya cabeza tenía un casco de vidrio… parecía un ocho hecho por una bola de acero blanco y otra de cristal.
- Mira, hay alguien dentro
de esa nave –musitó Ysaak- presta atención.
- Lo veo.
Poco a poco, y a medida que el objeto se acercaba, supervisando las obras de abajo, pudo verse un rostro emerger desde dentro del cristal.
Era una cabeza.
Pero resulta ser que la cabeza era en realidad todo su cuerpo. De hecho, puede que ni siquiera fuera una cabeza, era más bien, una cara. Algo casi etéreo, pero palpable, porque su color era negro.
Aquella presencia era de una anatomía aterrorizadoramente simple… tenía dos ojos, y… unos belfos, o una boca. Flotaba en el aire, dentro de su cápsula, y por la forma en que se movía, de forma oscilante y muy tenue, Sagitta sabía que aquello, de alguna manera, estaba vivo.
Y a pesar de la grotesca simpleza de su rostro, de sus ojos, el felino tenía otra certeza peor: era inteligente.
Tal vez, de hecho, sobradamente inteligente, en comparación a ellos. El problema es que parecía un chiste de mal gusto.
Apenas la nave se acercó
más al borde del precipicio, declinada ligeramente para que la criatura
de adentro pudiera ver hacia abajo, lo contemplaron, en todo su esplendor:
- Sagitta…
La respuesta del lince vino tenue, como si hubiese sido emitida desde un sueño profundo, ninguno se daba cuenta de que hablaban instintivamente en la voz más baja posible, como dos niños que no quieren que los encuentren.
- ¿Sí?
- ¿Qué… qué diablos… -hizo hincapié
en esa última palabra- es eso?
Meneó la cabeza muy lentamente.
- Por Dios, quisiera saberlo.
La graciosa cápsula espacial se movió con velocidad hacia abajo y adelante, con la intención de pasar muy cerca de un “cubo-computadora” que al parecer no estaba haciendo bien su trabajo… el problema fue aparentemente corregido cuando la nave con la presencia “ :3 “ se levantó nuevamente para supervisar la obra otra vez.
Ya había un caldero y un tobogán de un metal muy opaco por donde se deslizaba hierro fundido a una enorme piscina, para luego ser transportado dentro de una larga serie de cubos que habían adoptado formas de tabiques, mancuernas y tubos huecos, y así depositar el metal líquido en ellos y darles la forma deseada. Se dejaban las piezas recién salidas del horno en una platabanda, y de ahí, pasaban a manos de los obreros mecánicos.
Ysaak, quien jugaba en la brigada deportiva de su instituto académico, y era muy bien conocido por ello, fue el único ahí que, recuperándose ya de la profunda resaca mental y física, pudo sentir una admiración sincera por el trabajo en equipo que estaban haciendo todas las máquinas. Era, sin más, un grupo perfecto. Calculaba que todas ellas podían construir una ciudad tan grande como Solares en sólo treinta días, o quizá mucho menos.
Flotando a la mitad del
abismo, la cápsula, con su extrañísimo ser, quien veía
hacia abajo, ignoraba que estaba siendo observado desde atrás.
:3
- ¿Tú crees que sea malo?
Ysaak giró la cabeza en dirección a Sagitta.
Parpadeó dos veces, y volvió a mirar hacia el frente.
- La verdad, no tengo idea.
La navecilla se volvió a desplazar rápidamente hacia el fondo, esta vez en dirección a un “obrero mecánico” que se mantenía ocioso.
- Vamos a bajar.
- ¿Qué? –preguntó con brusquedad el tigre, poniendo
su mejor cara de WTF-
Sagitta se puso en cuclillas, calculando que, desde la pendiente, la bajada no era tan empinada y por lo tanto podía deslizarse cuidadosamente hacia abajo.
- Vamos a hacer primer contacto.
<<Son momentos como éste que demuestra quién es realmente el inteligente y quién es el estúpido>>, pensó el deportiva.
- ¡Quédate aquí, no es una buena idea!
Pero Sagitta parecía incluso excitado.
- Ven conmigo.
Extrañamente, no fue sino hasta ese momento que Ysaak se dio cuenta de que todo este tiempo había andado sin camisa. Observó hacia atrás, echando una mirada al profundo panorama de vegetación devastada. La jungla le telegrafió un mensaje directo a la mente <<¿Tu camisa? Que bah… eso se perdió>>.
Miró a su amigo, que utilizaba las piernas y los brazos para bajar, apartando montículos de arena a su paso. Tal vez fue eso lo que le hizo tomar la decisión casi automática de hacer lo mismo, quizá la ecuación invisible, infantil e inconsciente de “te vas a quedar con Tabi” pero “no voy a dejar que te lleves para ti solo este hallazgo”.
Pegó un brinco y se puso a surfear hábilmente por la arena.
Sentía como se le metía dentro de las botas: se hallaba caliente, mucho más que la que recordaba estando descalzo en una playa.
Sobre ellos, el cielo era oscuro, y plomizo.
A pesar de que hubo mucho recorrido, los gatos tardaron relativamente poco tiempo en llegar abajo, tomaron diez minutos para hacer lo que a un humano atlético le habría llevado casi dos horas.
Y ahí estaban, sobre roca sólida, el piso se sentía terriblemente caliente, resintiendo aún el impacto de lo que sea que lo hubiese abierto. Sagitta experimentaba la sensación vibrante de una corriente de agua que corría varios metros debajo de él.
Vistos desde ahí, los cubos que desde arriba podían clasificarse como los más pequeñitos del grupo, resultaron ser del tamaño de Ysaak.
- No te pongas en su camino –siseó Sagitta-
La enorme nevera espacial pasó de largo entre ellos, con un tenue y burbujeante sonido de CPU encendido.
- Tengo el presentimiento de que son inofensivas –repuso- siempre y cuando NO interfieras con su trabajo.
Se oyó el ruido lejano de una cavadora, al otro extremo del oscuro valle.
- ¿Quiere decir que
no les importa si vemos?
- No les importa.
Dicho esto, Sagitta corrió a través de una larga y ancha rampa que se levantaba del suelo muchos metros, y que acababa recostada sobre una plataforma gigantesca, hecha de algún metal espacial azul-plateado terriblemente duro, manufacturado hacía poco por la máquina fundidora.
Ysaak lo siguió, sólo para ver aparecer poco a poco, por encima del hombro del lince, nada menos que la cápsula del visitante, quien observaba un trabajo de ensamblaje.
Desde tan cerca, podía escucharse el motor magnético de su nave.
- Está vigilando
que todos trabajen, ¿lo has notado, no?
- Sí.
Sagitta colocó los pies justo al borde de la plataforma, para captar cualquier cosa adicional con alguno de sus sentidos felinos, sin darse cuenta que, en el proceso, empujó, con el zapato, una enorme tuerca al vacío, que cayó lentamente sobre unas vigas apiladas allá al fondo, haciendo un fuerte y resonante ruido.
Justo desde ese exacto momento, la cápsula delante de ellos empezó a girarse lentamente, como la mórbida cabeza de un zombi con las articulaciones del cuello rotas.
Y fue así como el visitante misterioso observó por primera vez a los felinos, y los felinos lo observaron de frente a él.
Y así se quedaron, por un rato silencioso.
Entonces, después
de estarse viendo mutuamente, el rostro del visitante cambió de:
:3
a
>:3
Ysaak sintió que las piernas se le aflojaban y el corazón le daba un tirón tal que, de haber tenido unos 60 años más, su cuerpo lo hubiera traducido en un infarto cardíaco que probablemente lo hubiera fulminado en el sitio.
- ¡Maldita sea, Sagitta!
El vilipendiado afecto que tenía por su amigo, el cual inevitablemente se iba a marchitar cada vez que lo viera junto a Tabi, de la mano con que posiblemente lo hubiera acabado de meter en el lío de su vida, hicieron que no pudiera evitar conformarse con un solo siseo:
- ¡¿Por qué diablos no tienes más cuidado!?
Ni la sorpresa y el miedo de uno, ni la ira y también el miedo del otro, alteraban el resultado final: ninguno se atrevía a moverse.
El bicho los seguía
mirando.
>:3
Entonces un agujero de considerable tamaño se abrió desde el fondo de su cápsula.
Y desde dentro de ella, una enorme bola de demolición, sujeta por una gruesa y larga cadena, descendió, poco a poco.
La cápsula procedió
a moverse hacia delante, y luego se giró y se alejó en línea
recta unos diez metros hacia el otro lado, balanceándola muy lentamente.
>:3
- ¿Se… supone que pretende darnos con eso?
- Me parece que sí.
Lo único que se escuchaba a lo largo y ancho, era el sonido ahorcado
de la cadena moviéndose.
- Sabes, esto me recuerda a algo que jugué cuando era niño…pero
no atino a recordar qué…
- Sea como sea, míralo por este lado: si de casualidad consigue darnos,
nos podría hacer mierda.
- Sí bueno, eso sí.
La cápsula iba y venía, bien despacito.
- No entiendo, si estamos
aquí ¿por qué se voltea y va también hasta allá?
- Creo que en su infinita arrogancia, ese “ser” se regodea de tener
un patrón de ataque.
- Oh…
>:3
Los dos se mantuvieron en silencio por un rato, viendo a la cápsula ir y venir.
- Vamos a tirarle piedras.
- Dale.
Se bajaron corriendo por la rampa y, una vez en el suelo, cogieron, bien calentitas,
piedra tras piedra.
Al rato, convirtieron la cápsula voladora en su diana de tiro al blanco.
Los guijarros empezaron a rebotar como una parodia animada de un perro al que le saltan pulgas. La nave no varió ni un instante su proceder, moviendo la enorme bola varios metros por encima de ellos.
La enorme mano de Ysaak podía albergar varias piedras, y ninguna de ellas precisamente pequeña, Sagitta no se quedaba atrás. Los dos felinos las arrojaban con tal fuerza, que un humano sólo lo habría podido igualar teniendo un tirachinas marca Bullseye.
El ruido que producía era similar al de una olla alborotada en la que se están haciendo las palomitas de maíz: percutían sobre la cápsula una y otra, y otra, y otra vez.
Así que finalmente, después de varios minutos de darle y darle, sucedió lo que en verdad hubiese representado un verdadero peligro: la compuerta de donde salía la larga cadena se cerró, cortándola en seco, y arrojando la bola al vacío.
El impacto al caer fue tal que Sagitta lo resintió.
- ¡Mierda!
La esfera rodó en línea recta hasta quedar atorada entre dos enormes vigas, y la cápsula voló entonces lejos, retirándose hacia el horizonte.
- ¡Se ha ido!
El lince, eufórico, se subió ágilmente a través de las columnas de acero hasta la plataforma donde hacía menos de diez minutos había estado, para ver si así conseguía echarle un último vistazo a la nave, así fuere siendo un puntito desapareciendo en el cielo de la noche.
Ysaak, sin embargo, seguía abajo, examinando de cerca el objeto. Sagitta pensó que era porque estaba sorprendido de que ésta fuera tan grande, pero el tigre, en realidad, lo hacía por otra cosa: en el pedazo cercenado de cadena que había quedado en el extremo, hundida dentro de una tuerca enorme pegada a la bola de hierro, se hallaba una etiqueta, cuidadosamente anudada a una de las argollas.
Se parecía a una de esa pegatinas que dicen “Made in Taiwan”, pero más elegante, y, obviamente, con un mensaje distinto.
Ysaak la desató,
y la volvió a leer de cerca, por sólo la segunda, de las muchas
veces que lo haría de ahora en más:
Ya sea porque su mente estaba saturada con tantas cosas: un impacto que casi los mata, de la mano de un susto igualmente peligroso, el sobrecogimiento ante lo absolutamente desconocido, y finalmente, saber que todo ello no era una visión ni un espejismo de dos segundos, sino real, hizo que el largo regreso a Solares se le hiciera al tigre blanco como un sueño. Los breves comentarios que él y su amigo habrían compartido durante el trayecto o no eran muy importantes o bien sólo eran más de lo mismo: rectificaciones de todo lo que habían vivido durante esos pragmáticos 30 minutos.
Todo lo demás,
había quedado relegado al patio trasero del almacén de los recuerdos:
las vacaciones, el instituto, Tabi, e incluso, qué le dirían a
la gente, cuando llegaran a la ciudad…
2
- Así que… vieron una nave espacial.
El capitán de la policía los observaba con dos dedos apoyados sobre la sien, lo que ocasionaba que en su rostro se formara un concierto bastante interesante de arrugas.
Tenía los ojos enrojecidos, lo que posiblemente quería decir que se había levantado demasiado temprano esa mañana, no había bebido su café, no se había fumado su cigarrillo, y tal vez, se hubiese conseguido con una nota de su mujer anunciando que lo dejaba y que se marchaba a casa de su madre…
En pocas palabras: el capi no estaba de buen humor.
En estos casos, ya fuere en tiempos antiguos frente a un profesora del cole, o ahora, ante al jefe de la poli, Sagitta era siempre el más diplomático, pero también el más opulento al hablar:
- Ok, bien: piense usted
lo que quiera, que su cara lo dice todo. No hace falta más. Lo único
que nosotros le pedimos, (y debiera ser la prueba de fuego que AL MENOS no debería
negarnos), es que sencillamente nos acompañen hasta el lugar donde estábamos
nosotros. Adelante: tráigase una buena cámara, a sus hombres,
y si lo quiere, que nos acompañe un científico, le prometo que
lo que va a ver va a cambiar su vida.
- De hecho, sería oportuno que también llevaran grúas,
y helicópteros –aportó Ysaak, tímidamente- les va
a interesar analizar lo que… encontrará ahí dentro.
Cuando el tigre terminó de hablar, le parpadeó instintivamente el ojo derecho… y es que en todo su felino ser vibró una especie de temor instintivo, algo así como la visión de que en cualquier momento el enorme perro se iba a abalanzar sobre su escritorio para pegarle un tortazo en la cara, con la mano abierta.
El capitán, sin embargo, se limitó a sacar un saquito de té del escritorio, colocarlo dentro de la tasa, echarle el agua recalentada que se hallaba en la tetera, ponerle tres cucharaditas de azúcar, revolverlo con la cucharilla, y llevárselo a los labios delicadamente… todo eso sin quitarles a ambos la vista de encima ni un instante.
Sorbió groseramente.
- Lo único que me gusta de esa –se mordió el labio inferior- “historia”… es la idea de tenerlos a ustedes dos metidos en cápsulas de descontaminación mientras un montón de científicos les meten todo tipo de agujas.
Sagitta sonrió cínicamente, como lo haría uno después del chiste malo de un niño de 5 años que ya lo tiene a uno con las gónadas hinchadas.
El veterano se apoyó sobre el respaldar, ocasionando un pronunciado chirrido en los soportes, juntó sus manos poniéndolas sobre el estómago, y miró a los dos gatos por un tiempo estimado que se tradujo en algo así como el minuto más largo de sus vidas. Sagitta sentía que el tipo les estaba haciendo un escaneo de rayos X con los ojos.
Tal cosa se hizo patente cuando les hizo la última pregunta que ellos hubieran querido jamás:
- ¿Ustedes consumen?
A Ysaak se le heló el corazón, y bajó la cabeza. Sagitta hubiera sido partidario de mentir, pero si el jefe ordenaba que les hicieran la prueba (la cual estaría lista en cinco minutos) la campaña de ambos habría llegado rápidamente a su fin.
- Sí. Sólo marihuana.
El tipo los observó con un monstruoso gesto triunfal, a la vez que se acariciaba un colmillo con la lengua.
Pero entonces, dijo:
- Voy a mandar a un comando para que los acompañe, y eso sólo porque del otro lado de este escritorio, existe cierta reputación que salvaguardar –observó a Ysaak, agriamente- mi hijo te admira porque, epa, mírame a la cara, sí, mírame a la cara: mi hijo te admira porque eres un campeón en los deportes; le has hecho muy feliz poniendo a la secundaria del Norte en el lugar más alto durante las Olimpíadas Colegiales, lo que es un orgullo no sólo para ti, sino para mucha gente que te rodea… qué decepción ver que consumes, y que, ligado a eso, casualmente, andas en malas compañías.
Sagitta tuvo que morderse la lengua tan duro, que pensó que le iba a sangrar. Ysaak apenas podía mantenerle la vista al perrazo.
- Así que arréglate… arréglate y no arruines tu vida –agregó, haciendo énfasis en el “tu”-, porque esas malas compañías no te la van a poder devolver sana y salva, y ciertamente: a esas “malas compañías” tampoco les importa que a diferencia de ellas, puedas tener un buen futuro. Me quedan diez horas de trabajo en esta estación y ni por un segundo de todo lo que resta de ellas quiero volver a pensar en esa mierda psicodélica con la que ambos me han venido aquí, a mi oficina… digamos que la explicación puede ser otra, no lo sé, no me importa: por eso les voy a enviar un comando, tal como proponen ustedes, para que les acompañe. Pero les voy a decir una cosa, epa: sube la cabeza, mírame a la cara.
El capitán se apoyó en el escritorio y estiró su venoso cuello lo más que pudo:
- Como esto no sea más que una estúpida broma colegial, les voy a partir el culo.
…
Sagitta estaba enojado… o no, enojado no: furioso, por todo ese asunto
de <<Arréglate y no te arruines la vida, porque esas malas compañías
no te la van a poder devolver, y…>>, sus ojos estaban encendidos
y su cara impávida, sin emoción alguna, a Ysaak le asustaba mucho
cada vez que su amigo se ponía así, a pesar de ser él el
más grande.
Y con respecto a sí mismo, estaba tratando de dilucidar si aquél comentario le hubiera enojado también de no ser porque Sagitta ya había tenido un amplio y satisfactorio intercambio de fluidos (y para rematar una relación seria gestándose en el horizonte) con la persona de la que él estaba enamorado. Se preguntó, incluso, si Sagitta podía estar enojado por el hecho de que él se hubiese quedado callado cuando el capitán hacía una intransigente exposición de su amigo.
Pero no podía quitarse esa sombra de la cabeza, ni aún a cuestas de haber visto un (usando palabras coloquiales) jodido ovni. Ysaak no tenía ganas de defender a Sagitta, para nada, o de siquiera demostrarle solidaridad… alguna obscura parte de él pensaba que el lince no había sido solidario con él, en primer lugar.
Los vehículos todo-terreno de la avanzada policía de Solares surcaban el camino, entrando ya en el área boscosa, más allá de las afueras de la ciudad.
Llegado cierto punto, sin embargo, en que centenares de troncos de árboles derribados impedían el paso adelante y les hacían dar tumbos horribles, tuvieron que apearse.
La devastadora visión sirvió a Sagitta como una afirmación de que más de un mamón uniformado iba a tener que tragarse su sarcasmo. Los oficiales observaron el desastre en silencio: la devastación, y los troncos desperdigados aquí y allá como si alguien de trescientos metros hubiese estado haciéndose palillos de dientes. El sargento se subió los lentes de sol a la frente, para ver el panorama en todo su technicolor.
- Sigamos adelante –anunció Sagitta- por ahí se encuentra el primer cráter.
Ysaak guió a una porción de la infantería por el camino ascendente, el lince a otra. A plena luz del día el agujero se veía menos siniestro que la noche anterior.
Así que finalmente, y exhalando un suspiro, llegaron hasta el borde del precipicio.
Pero resulta que al ver hacia abajo, Sagita tuvo, así de pronto, la sensación de que el hígado se le hacía de plomo, porque, aún cuando lo que estaba a punto de pasar era más trillado que el galán de telenovela que se enamora de la doméstica de su mansión, ni él, ni Ysaak, se lo estaban esperando:
No había absolutamente nada.
Las pruebas habían desaparecido por completo.
Todas las maquinarias, los cubos, la prematura infraestructura lograda tras el poco tiempo de trabajo de éstas, e inclusive la enorme bola de demolición, se habían ido.
No quedaba ni un tornillo, y, para sus efectos, ni tan siquiera huellas o rastros de que ahí hubiera pasado algo.
Un agudo balido de brisa desértica cundió las orejas de todos, en aquél tétrico, mierdoso y terrible minuto de silencio que procedió.
El sargento del escuadrón se puso las manos en la cintura.
En lo que a ellos respectaba, y en especial de cara ante la descabellada denuncia hecha a la policía, ni la misteriosa aparición de cuatro cráteres enormes a lo largo de la circunferencia del valle, ni tampoco la profundidad de éstos, podía contrarrestar la bicoca de haber dicho: “hemos hecho contacto del tipo más cercano” (sin tener completa seguridad si eso significaba tener sexo con extraterrestres) pero bueno… ambos temas, los cráteres y el extraterrestre, estaban bastante lejos uno de otro, y, en lo que a Solares y su concurrido y cosmopolita hábitat respectaba, aquellos habían sido impactos de meteorito, (anunciados ya en el noticiero más de tres horas antes de que Sagitta e Ysaak llegaran al departamento de la poli). Así que todo se resumía a lo siguiente: ambos quedaban como dos genéricos tontainas que habían estado en el lugar equivocado en el momento correcto, y no tenían nada más interesante que contar que el que casi salen volando por los aires como gatitos a causa de un meteoro después de estar en un claro fumando marihuana.
Mientras tanto, a lo lejos, se veía ya la humareda que levantaban las decenas de vehículos de la prensa y la TV de cada estación de Solares, que se aproximaban para cubrir el asunto de los “meteoros”, y como eso sí que no le apetecía verlo en technicolor, el sargento se volvió a bajar los lentes de sol.
- Bueno chicos, escuchen, la cosa es simple: me los llevo ahora mismo a la ciudad, los dejo en alguna calle, le digo al capi que ustedes sufrieron alucinaciones masivas por haberse golpeado la cabeza tras el impacto… o se quedan aquí, hablan con la prensa del extraterrestre, salen en el noticiero de la tarde, y hacen el ridículo de sus vidas. Tres segundos para decidirse y cuento uno…
…
“Gracias” fue la única cosa que Ysaak dijo cuando la camioneta
de la policía los dejó en la avenida.
Al momento de ponerse a caminar calle abajo, entre una inmensa avenida rodeada de rascacielos brillantes, que se conectaban unos a otros con puentes transparentes y jardines colgantes, lo primero que Ysaak hubiese hecho, correspondiendo a su naturaleza, sería empezar a escupir una multitud desordenada de comentarios que comprendía en: A) extrañarse por la misteriosa desaparición de los cubos obreros, B) teorizar infinitamente sobre qué pudo haber sucedido al respecto, y C) lamentarse de todo lo dicho por el capitán.
Pero en cambio, decidió quedarse callado. Francamente, no sentía ánimos de consolar a Sagitta. Él ya era lo suficientemente fuerte a nivel moral, (más que él, de hecho), para hacerlo por sí mismo, aunque la razón real de esa cadena de pensamientos era otra.
<<De aquí en más, cuando cada quien coja su camino, mi vida va a apestar mucho más que la tuya, así que arréglatelas solo>>
El tigre alzó entonces
su triste cara hacia una enorme pantalla virtual sostenida entre dos luminosas
torres de cristal:
EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA
EXTRA EXTRA EXTRA
En vivo desde la zona del desastre
6:15 AM
IMPACTO DE METEORITO EN LAS AFUERAS DE LA CIUDAD…
IMPACTO DE METEORITO EN LAS AFUERAS DE LA CIUDAD, IMPACTO DE METEORITO EN LAS...
¿QUÉ HUBIERA
PASADO SI HUBIESEN CAÍDO EN SOLARES? EN BREVE, CÁLCULO DE CATÁSTROFE
VIRTUAL
EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA EXTRA
La imagen en video tomada desde un helicóptero hacía ver los cráteres más grandes de lo que incluso a él mismo le habían parecido. Si no fuese porque los reporteros temían que hubiese podido haber radiación en el área, hubiesen llegado a tiempo para ver al extraterrestre trabajando, y a ellos como los primeros que hicieron contacto con él.
Tal vez la única cosa que pudo mantener a Ysaak a salvo del colmo de la impotencia, era que en uno de los generadores de caracteres electrónicos de la pantalla, indicaba que era sumamente raro que los impactos no hubiesen producido grandes hongos de fuego al estrellarse contra la tierra, como era “típico en las precipitaciones de este tipo”. Peor aún: que ninguno de los potentes radares de Yóvedi los haya visto venir, cuanto y menos, si con la tecnología actual podían cazar rocas enormes viajando a velocidades cósmicas con años luz de distancia.
<<Porque obviamente, no fue un meteorito, panda de imbéciles>>
Aún así –pensó- ese tema se estaba volviendo cada vez menos asunto de ellos.
- ¿Sabes qué, Sagitta? Olvidémonos de este asunto, o tal vez lo debieras hacer tú, yo sé que yo lo haré.
El lince contorneó sus orejas y lo observó. Se había quedado todo este tiempo en silencio, cosa que no era extraña en él. En su caso particular, por lo sorprendente de lo sucedido, y por estar calculando qué hacer a partir de ese punto.
Pero por razones que Sagitta no sospechaba (todavía), el tigre blanco no tenía ánimos para estar con él.
- Nos vemos. Estoy muy cansado, y querría irme a casa.
Los ojos del lince se apagaron, entrecerrados, con las manos metidas en los grandes bolsillos de su remera. Su cabeza estaba haciendo millones de cálculos por segundo, y no tardaría mucho en darse cuenta que todo el problema de Ysaak era Tabi, y el tigre a su vez, que sabía lo afilado que podía llegar a ser su amigo, no quería estar ahí para ver qué iba a decirle su amigo al respecto.
El lince no se despidió, no dijo absolutamente nada, sólo se quedó ahí, mirándolo, esperando que se fuera. Tal vez porque él tampoco tenía ganas de hablar mucho, o porque posiblemente ya estaba empezando a comprender la cosa…
Así que, sintiéndose un poco ordinario en el medio de la calle con una franela de dormir el cual tenía en el pecho el logotipo de un águila con tres cabezas, amablemente cedida por el DPS (Departamento de Policía de Solares), el chico hizo un saludo tímido con la cabeza, y se dio media vuelta.
El cielo estaba grisáceo, el día se hallaba perdiendo claridad desde la mañana. El área comercial de Solares, con sus millares de vitrinas y luces amarillas, anuncios holográficos de varios colores, y docenas de dirigibles flotando suavemente entre los rascacielos llenos de hermosas y abundantes lianas verdes colgando por todas partes, se iba a hacer extrañamente fría al caer la tarde.
Y aún después
de caminar más de veinte pasos, él sentía esa desagradable
sensación en la espalda, de que el lince lo seguía observando.
3
La vista desde la casa de Ysaak era sorprendente.
Parecía una especie de palacio oriental en el penthouse de una enorme torre, que tenía mucha de la pinta y el estilo de esos escenarios bonitos de SNK, donde la vista a la ciudad era tan hermosa y bendita como aquél que haya entendido la anterior referencia.
El felino hizo el menor ruido posible al cruzar la puerta, todo lo que quería era llegar a su cama y echarse a dormir. Incluso alguien como él, cuya madurez todavía necesitaba dorarse al horno unos cuantos años más, si le hubieran preguntado que “poder especial” querría en aquél momento, habría elegido el de la tele transportación instantánea, en vez de ese de arrojar ondas de calor que hicieran explosiones atómicas con el que siempre soñó siendo un niño que todavía no había encontrado alguna otra cosa más divertida en qué pensar estando de noche en la cama.
Tales cosas, sin embargo, eran una necedad por su parte, porque su padre, que estaba en el balcón, lo hubiera escuchado así hubiese entrado levitando, debido a que tenía un finísimo oído. (Un padre que no es el biológico, por cierto, pero eso es algo muy largo de explicar con respecto a la forma de vida de Yóvedi, así que al demonio, saldrá por sí solo más adelante).
Volviendo al tema: lo peor del asunto es que de hecho, añadido a ese fino oído, la pantera negra, quien pintaba sobre un lienzo, sentado en una silla victoriana, y echando uno que otro vistazo sobre sus anteojos de medialuna, estaba esperando que su protegido llegase. Y huelga decir que él conoce a Ysaak tan, pero tan bien, que sabía de antemano que intentaría entrar a hurtadillas, lo que para empeorar las cosas acrecentaba su instintiva adrenalina de cazador furtivo.
El tigre iba por el pasillo, podía visualizar su cuarto como un triunfo lejano, como la película de suspenso donde la meta es llegar a la salvación tras la puerta.
¿Qué diría cuando despertase después de ocho largas horas, con mucha hambre, y tuviera que abandonar su cama? Diría: “llegué por la noche, pero estuve todo el tiempo durmiendo” el plan le iba a salir redondo.
Dio los últimos tres pasos, alargó la mano, saboreó el tacto frío del pomo de su puerta, cuando de pronto, sintió un zumbido que lo dejó en blanco… así tal vez se debía sentir la bala de un francotirador, pero no: un pequeño frasco de tinta china le golpeó en la cabeza.
Y es que además de ser un artista bien conocido en las galerías de arte de Solares, otro de los buenos talentos de esa pantera, era tener un brazo izquierdo endemoniado. También era popular entre las jóvenes estudiantes de plástica, quienes sentían una atracción hacia su arte tan grande como hacia él… eso último debido a su elegancia, atractivo, sabiduría, y quizá también por eso que dicen de los negros, quien sabe.
Una voz profunda lo llamó desde detrás del rectangular lienzo.
- Ven aquí.
Ysaak tenía la frente pegada a la puerta, con resignación.
Se dio media vuelta pesadamente, y caminó todo el trayecto sobándose la cabeza y arrastrando los pies.
Después de dar el primer paso en el balcón, no hizo falta que dijera nada. Sólo bastó que se quedara parado ahí con cara de estreñimiento.
- A ver, qué tienes
que decirme.
- ¡Bueno! No creo que sea gran cosa llegar a esta hora. Tengo diecinueve
años, es normal, y…
- No lo digo por la hora, lo digo por esa franela del SPD que llevas puesta.
¿Dónde estuviste?
<<En las afueras de Solares, teniendo contacto alienígena del primer tipo –pensó-, y no, no, no… eso no quiere decir tener sexo con extraterrestres, otosa, tampoco tiene nada que ver con pruebas anales de diversas índoles donde me ponen satélites comprimidos de trescientos metros en el culo, como sale en ciertas animaciones de por ahí>>
Ysaak se quedó súbitamente sin imaginación para mentir. Y tampoco es que quisiera hacerlo. Cha’chat no se merecía eso, además, su propia conciencia no lo dejaría en paz.
- ¿Te lo puedo explicar cuando me despierte? Ahora no me siento de ánimos.
Cha’chat levantó los ojos de su pintura, y lo observó.
- Está bien.
- Gracias.
Aliviado, se dio media vuelta, pero antes que pudiera dar medio paso, su guardián dijo, con dolor en la voz:
- Pero espero que pueda
explicar por qué el capitán de la policía llamó
diciendo que te drogas, y que también consumes alucinógenos.
…
No dijo más a Cha’chat. Tal vez en cualquier otra ocasión
se hubiese dado media vuelta y hubiera replicado inmediatamente que todo eso
era una estupidez, a excepción de lo del hachís…
Y al final, prevalecía un convencimiento propio que sostenía y reafirmaba: no iba a mentirle a Cha’chat. Lo quería demasiado como para reflexionar sobre lo innoble que era hacerlo quedar como un tonto. Por otro lado, aunque quisiera, también era muy difícil engañarlo.
Ahora, sin embargo, fue completamente distinto porque había una inmensa llave de tranca interponiéndose en el engranaje: <<lo que pasa es que le dijimos al capitán que vimos a un extraterrestre… no, no se trataba de una visión pasando por el cielo, no lo vimos entre unas montañas ni tampoco más allá de las nubes, no era un lucero: lo tuvimos de cerca y hasta, je, te va a parecer gracioso: ¡le caímos a piedras!>>.
Lo de arriba un pensamiento irónico, sí, pero ya puestos, mirándolo a la cara: se lo contara con toda la seriedad que se lo contara, aquello iba a sonar dolorosamente ridículo, y dolorosamente sólo para Ysaak, porque lo peor era –y justo ahí se acordaba de lo mucho que significaba su guardián, su otosa, como se les solía llamar cariñosamente a los protectores en aquél mundo- que Cha’chat sí le creería… era él mismo quien no podía soportar su propia historia, no sin pruebas.
Un acceso terrible de ira le corrió por la cabeza como brea caliente, le provocó coger el escritorio posado frente a la ventana panorámica de su cuarto y arrojarla partiendo el vidrio. Ya no se sentía ingrávido, sobrecogido, abismado por haber visto de cerca lo “impensable”, ahora sentía sólo rabia, impotencia…
Y entonces, en un momento de suprema ironía, le puso los ojos encima a la última cosa que hubiese querido dentro de su desordenada estantería de libros:
“Los mitos de Cthulhu”
Desde afuera pudo verse como el pequeño tomo salía disparado por su ventana y caía lentamente al vacío.
Minutos después, cuando recordó a Tabi, decidió que tenía “demasiada mierda en la cabeza”, y estaba lo suficientemente agotado como para soportarlo más. Se echó a la cama.
Y le hizo la competencia
a los leones, pues durmió durante todo el día.
4
Se despertó lentamente, sintiéndose como una persona que ha combatido sin descanso durante doce asaltos, y además sediento, y pegajoso de esa característica forma que sólo las siestas demasiado largas confieren.
Se hallaba a oscuras, ya había anochecido, y seguía cansado. Si fuese la mañana, habría acomodado la almohada y se hubiese preparado para seguir durmiendo, pero el hecho de que su sueño indiscriminado le iba a hacer estar en vela toda la noche le quitó esos ánimos… no quería empeorarlo.
Se levantó con cansancio, y se frotó su peludo rostro. Pestañeó varias veces, viendo con cara de pocos amigos a su alrededor, sintió una brisa fría viniendo de la ventana.
Salió de su cuarto, en busca de agua. El resto del apartamento también estaba a oscuras, y lleno de silencio.
Caminando por el pasillo se estiró, su cola se arrastraba por el suelo. Las luces de la sala también se hallaban apagadas, así como las de la recámara posterior, y la del balcón.
Era extraño…
Vio a su alrededor, buscando a Cha’chat… no había señales de él.
Caminó y salió al balcón. El taburete y el caballete todavía estaban ahí, la pintura del lienzo hacía horas se había secado. Hacía mucho frío, la brisa golpeaba las hojas de un bloc de dibujo que estaba en el suelo.
Cuando entonces Ysaak vio al frente, en dirección a la brillante ciudad, sintió que algo le golpeaba el corazón, muy, muy fuerte.
Abrió mucho los ojos, y apretó los dientes.
La nave espacial.
Lechosa, como una presencia dibujada sobre la realidad más que un objeto físico, ésa que él había visto hacía horas junto a Sagitta, flotaba ahora encima de una probablemente sorprendida Solares.
Posicionada de forma espectral sobre los rascacielos más altos, justo en el epicentro de la metrópolis, pero ahora dilatada, varias veces más grande que la última vez que la vieron.
Parecía la hórrida premonición de una venganza.
Algún lugar muy dentro de la psique del tigre desmayó, su instinto más oscuro despertó.
- Oh, Dios, no…
5 (3 horas antes)
Laetitia era una chica bonita que se hallaba preparando el concierto reave más importante del año, el cual se llevaría a cabo al aire libre, bajo el cielo, en unos silos abandonados de una fábrica muy grande, en las afueras de Solares.
Ella era la encargada del evento, que durante doce largos (e inseguros) meses fue anunciado día con frecuencia en las emisoras de radio y de vez en cuando en la televisión.
El proyecto había nacido con cierto peligro de morir joven, pero ahora había cuajado en todo un éxito: las bandas más importantes estaban agendadas, y desde el día de antes de ayer, en el que empezaron, desde bien tempranito en la mañana, a preparar la enorme tarima y a montar todo el decorado, las cosas habían estado saliendo a la perfección.
El color del día era azul pálido, como se pone cuando faltan pocas horas para que anochezca, manchada con una que obra nube color plomo que se paseaba lentamente por los cielos.
El lugar se hallaba perlado de gente joven: todos vestidos de negro, luciendo cantidad de cadenas en sus pantalones, con variedad de estilos gótico y emo en sus caras y atuendos, y que se ocupaban en cargar utilería, así como complicados juegos de luces de un lado a otro. El staff trabajaba sin dificultades y Laetitia, meneando su colita y moviéndose a gatas mientras pasaba un exacto bastante afilado sobre un cartón, se hallaba a sí misma emocionada, como pocas veces lo había estado en su vida.
Cuando de repente, y sin que sus sentidos perrunos la alertaran, una presencia muy, muy grande y fría se puso detrás de ella, observándola…
Cuando ya estaba demasiado
cerca como para no sentirla, la chica giró la cabeza, con la boca semiabierta.
>:3
La cápsula de la criatura no parecía haber sufrido en lo más mínimo después de la lluvia de piedras que había recibido la noche anterior, inclusive brillaba.
Observaba fijamente a Laetitia, quien poco a poco desfiguraba su rostro en un amasijo de confusión y espanto.
Mientras sus sesos seguían intentando amoldarse e identificar tan siquiera qué era el objeto que tenía delante suyo, y que flotaba sobre lo que sería la futura tarima (del pronto frustrado) concierto, y su libro interno de cordura fallaba en encontrar el tomo, el episodio o la página que pudiera explicar qué diablos era <<eso>> que la miraba desde detrás de un cristal, y que encima lo hacía con muy mala leche, estaba un hecho que ella desconocía, y que todos en Yóvedi también desconocían, a excepción de dos personas: uno de ellos se llama Sagitta, quien por cierto tiene pensado asistir al concierto junto con otra felina de nombre Tabi, y el otro es Ysaak, quien ahora se halla durmiendo profundamente… este “hecho” era que algo en la cápsula había cambiado: El lugar donde debía ir la bola de demolición había sido reemplazada por un artefacto cuadrado, mucho menos ortodoxo, y de aspecto bastante siniestro.
Del susodicho artefacto salió un “algo” tubular, con un orificio en el extremo… parecía el pene de un perro, pero de color plateado.
Este objeto se tomó su tiempo en apuntar a Laetitia, y ella, estúpidamente (porque es una regla básica en el libro universal no escrito sobre víctimas), no se movió de donde estaba, haciéndole fácil al “peneperro” apuntarla, directo a su bonita, y gris humanidad.
…
Cetu, el segundo a cargo, estaba trabajando a casi dos kilómetros de la tarima.
Él también se hallaba muy contento de que los preparativos para el concierto estuvieran saliendo tan, pero es que tan rematadamente bien: habían vendido todas las entradas, y tenían como veinte patrocinantes, cosa que hacía sólo dos años hubiera considerado imposible. Además, finalmente, su fetiche más grande se hallaba satisfecho: el evento que co-producía con su amiga Laetitia se llenaría con más de 190.000 jóvenes (y eso sólo contando la gente de Solares).
Sería un concierto sonadísimo, muy, muy, pero muy sonado.
Tan sonado que…
BA-BOOOOOOMMMMMMMMMM
Cuando cayó al suelo, gritando, identificó, en alguna pequeña parte de su lobuno subconsciente, que sólo se había sentido como se sentía en este instante una sola vez en su vida: en la época que hacía carreras clandestinas de carros, y era un eminente piloto, y un día tuvo que pegar un frenazo que hizo que sintiera que el cerebro le rebotaba dentro del cráneo. Cosa harta desagradable, por cierto. La diferencia es que ahora, varios años después, esa sensación, percibió al instante, fue mucho peor.
El lobo abrió los ojos como pudo, boca arriba, pegando la cabeza al suelo para poder ver más allá… observó un escenario surrealista, siendo, irónicamente, poseedor de la extrañísima característica de estar en el negocio que estaba y no consumir drogas en lo absoluto: la tarima, el escenario completo, una monstruosidad de por lo menos 20 metros de largo por 15 de ancho, había despegado como un avión de combate de esos que se levantan como helicópteros.
Para cuando llegó al punto máximo, allá en el cielo, no era más que un nubarrón de madera y tubos de hierro desbaratados.
No alcanzó a reflexionar tamaña bisarrez ni cuando empezaron a lloverle astillas, ni tampoco cuando observó a la blanca cápsula espacial acercarse hacia él, ligeramente inclinada hacia delante, como un matón.
El peneperro lo apuntaba como si fuera una especie de dedo acusándolo.
Así que a Cetu no le quedaba de otra que mirar, incapaz de moverse, porque algo dentro de él se había roto.
Tenía una oreja erecta y la otra repentinamente caída, defecto congénito que se manifestaba de vez en cuando. En sus treinta y tres años de vida, tenía la certeza de dos cosas: la primera es que nunca había visto nada tan <<jodidamente>> raro, y la segunda, es que nunca antes había sentido tanto miedo, a pesar de que lo demostraba de una forma muy, pero muy digna:
- Fuera de aquí –gimió-
No había caso… los jóvenes se estaban arremolinando en torno a él, ora para ayudarlo a levantarse, ora para protegerlo y hacer patota frente a la extraña cosa que ya estaba demasiado cerca como para que ellos hubieran hecho lo que el lobo hubiese querido.
- Lárguense, maldita sea.
La cápsula se detuvo a pocos metros del concurrido y oscuro grupo.
>:3
El más “echao pa’lante” dio dos pasos al frente, y confrontó la situación.
- ¡Espera un momento! –Exclamó el pequeño dragón,
extendiendo las manos hacia adelante- ¡No queremos hacerte daño!
Todo el mundo miraba a la ceñuda criatura pandimensional con terror.
- Si puedes comunicarte con nosotros, por favor, sólo dinos qué quieres, y nosotros te vamos a escuchar, y te vamos a ayudar.
El joven verde bajó los hombros e irguió un poco el cuerpo, con la mejor pose de pasividad que pudo adoptar para que el visitante tuviera alguna pista de qué le estaba intentando comunicar con su lenguaje corporal y su suave y ronroneante voz.
Eso no evitaba que uno que otro amigo jalase su franela negra desde atrás, intentando evitar que se acercara demasiado, pero él estaba decidido. Desprendió las pulseras de espinas de su muñeca y las echó al suelo, temiendo que pudiera verse como algo demasiado amenazante para el visitante.
- ¿Ves? Somos buenos, no queremos ser tus enemigos.
:3
- Me llamo Arthax –se presentó con suavidad, tocando el pecho de
su franela negra con las garras de su mano- y ésta es mi gente. No te
van a hacer daño. Queremos ser tus amigos.
<:3
- Si hay algo en lo que podamos ayudarte, cualquier cosa… sólo intenta comunicárnoslo.
El pequeño dragón vio a los suyos, lentamente, y éstos a su vez, se vieron entre sí, en silencio, sin saber qué más hacer.
Miró de vuelta hacia delante, y se quedó callado unos breves instantes, antes de preguntar:
- ¿Qué quieres
de nosotros?
>:3
El cañón peneperro se movió rápidamente, localizándolos a todos en la mira.
BA-BOOOOOOMMMMMMMMMM
6 (de vuelta al tiempo actual)
Ysaak no se molestó en utilizar el elevador, sentía tanto frenesí, tanto miedo relampagueante…
<<¿Dónde está otosa? ¿A dónde fue?>>
… que sencillamente se puso un abrigo, abrió la puerta del apartamento, y se lanzó escaleras abajo.
Una vez en el estacionamiento, pegó un brinco sobre su motocicleta, y arrancó el motor.
Saltó de la rampa del estacionamiento y las llantas soltaron un pequeño revoltijo de chispas cuando aterrizaron de vuelta al pavimento.
Esquivó un montón de vehículos, faros de luz y personas de la forma que sólo un atleta con sus reflejos podía hacerlo, y en pocos minutos, utilizando las escaleras de un elevado, logró conectar con la autopista.
Al frente suyo, sobre la gran metrópolis que se levantaba imperiosa a su mirada lejana, observaba la nave espacial, que se veía más grande que nunca, coronando la altiva y poderosa Solares como una desgarradura de la realidad.
- ¡Maldita sea!
Su desesperación no pudo haber hecho otra cosa lógica que aumentar cuando escuchó aquél murmullo lejano…
El de gritos de millones
de voces, proviniendo de la ciudad.
7
Sin embargo, no había
caos. La gente estaba asustada, desde luego, y había desorden, pero el
pánico no había cundido en las calles tras la aparición
de la nave espacial, y por ello, la Central Militar de Solares podía
trabajar un poco mejor.
Aunque a decir verdad, ningún miembro del alto mando esperaba que la gente empezara a tener pánico de todas formas… afortunadamente en Yóvedi nadie era descendiente de los monos, como en otros consabidos lugares.
El ambiente, sin embargo, no era bueno.
El general, un león con una cicatriz en la frente, vestido con un traje militar que, en el caso de este planeta, se componía de una elegante y compleja armadura y una capa, se hallaba sentado al tope de la larga mesa transparente, observando el mapa electrónico que se dibujaba sobre la superficie de cristal de la misma.
- Fue avistado en seis áreas
durante la tarde –explicó el puma, señalando con el apuntador
los otrora puntos rojos que aparecían automáticamente sobre la
mesa, con la mención de su sola palabra- como pueden ver, marcan los
seis zonas limítrofes de Solares… cinco de éstas áreas
se hallaban abandonadas, pero la última…
- El lugar de concierto –le interrumpió el general, a la vez que
observó sombríamente las fotos guindadas de la pizarra lateral
de la sala, que mostraban un desastre de inusitadas proporciones-
- El visitante estaba haciendo un reconocimiento del área, sin dudas…
El silencio que vino a continuación, así como el que ya había cundido varias veces ese día, entre análisis y análisis, y comentario y comentario, era parecido al de un hospital por la noche, con un leve “bip” repentino de alguna de las computadoras que operaban, encendidas, alrededor del lugar.
El león deslizó uno de sus dedos por el hermoso casco de apariencia griega de su uniforme, parecido a una diadema.
- ¿Algún sobreviviente?
La respuesta tardó varios segundos en venir de algún lugar de la sala, y fue tan certera como oscura.
- No.
- ¿Alguna idea de por qué atacó a la gente que se encontraba
ahí?
- Eran jóvenes
- ¿Y eso qué tiene que ver? –preguntó al doberman,
con lenta y suave hostilidad -
- Lo que quiere decir, señor, es que es posible que hayan incurrido en
un acto completamente inapropiado contra el visitante… que hayan hecho
alguna estupidez.
El general observó de vuelta los restos calcinados que aparecían en las fotografías.
- ¿Alguna estupidez? ¿Estupidez de chicos, quieres decir? ¿Y los mató por eso?
Entonces cundió un pesado silencio, el cual se prolongó mucho tiempo.
Hasta que alguien se atrevió a decir:
- Después vamos a arreglar esos detalles, Belfegor, pero ahora no.
Era un perro muy anciano, con orejas largas y un rostro tan arrugado que los ojos no se le podían ver.
El resto de la milicia se removió, tal vez incómoda por esa desagradabilísima sensación cuando uno presiente que puede haber trifulca. El viejo comandante de aviación no había utilizado el respetuoso término militar para referirse al superior, y eso causó una sensación tal que era como si un amigo en común se les hubiese muerto a todos.
Pero el tipo estaba quieto y apuntaba con su hocico hacia el general…
- Tú eras un niño cuando entraste a la milicia, tú sabes quien soy yo. Soy científico, ingeniero maestro, y Gran Maestro Aeronáutico, las primeras dos desde hace cuarenta años, la última desde hace veintisiete. No soy un militar en el sentido propio de la palabra como el resto de ustedes, soy un hombre de ciencias.
Dicho esto, prosiguió:
- He estado viendo esa cosa que flota encima de la ciudad. La he visto con telescopios, bien de cerca, y me permito la vergüenza científica de referirme a eso como “cosa” porque no sé qué es. ¿Una nave espacial? Obviamente, pero no se mueve, no vibra, no hace ruidos, no emite vapor, ni calor, ni energía… y no lo detectamos al cruzar la atmósfera del planeta. Si fuera de metal, la entendería, pero francamente estoy en una situación de complejo de inferioridad profesional porque no entiendo ni me explico cómo demonios hace para mantenerse en el aire. Pero está ahí, y emite luces constantemente, y hace media hora uno de mis ingenieros descubrió que no es que haya decidido posarse sobre la ciudad y ya, sino que se encuentra sobre el punto matemáticamente exacto del centro de Solares.
Volvió a tomarse un tiempo para continuar, habiendo captado ya la atención de todo el mundo.
- Lo que te quiero decir, es que los seres, o el ser que habita esa nave posee, para decírtelo de una forma poco pomposa, tecnología superior a la nuestra. Por lo tanto, y mientras aún sea posible explorar las opciones, te voy a dar mi opinión personal: no jodas con él.
No pasó poco tiempo cuando otra voz se alzó.
- ¿Pero qué
vamos a hacer si es hostil?
- No hagamos esa suposición todavía –intervino otro-
- ¿Pero y si lo ES? ¿Faltan pruebas, acaso?
Se escuchó un fuerte manotazo contra la mesa, gesto que tal vez evitó que todos comenzaran a discutir al mismo tiempo.
- No podemos hacer nada ni decidir nada –exclamó un coronel- lo que pase en treinta minutos, si es que pasa algo, exigirá decisiones rápidas que lamentablemente ahora no podemos prever. Hasta entonces, nuestro trabajo es esperar y pensar en todos los escenarios, y eso sólo cruzando los dedos para ver si podemos adivinar lo que sigue. Es una nave espacial, señores, y si en las clases de Estrategia para el Combate o a los autores del libro de las Alertas Rojas se les hubiera ocurrido abrir un capítulo que verse sobre invasión extraterrestre, a éstos lo hubieran echado de la milicia con una patada en el trasero. Estamos ante lo impensado.
El león emitió un pequeño gruñido de aprobación.
- Que así sea. Vamos a esperar. Y Argos, no creas que voy a decidir atacar a la ligera a un objeto que se encuentra justo encima de Solares –repuso, observando al anciano- Sólo sé que lleva pocas horas en este mundo, y ya ha cometido un crimen mortal… más bien, treinta crímenes mortales.
El león se levantó imperiosamente de la gran silla de hierro y escudos y miró el mapa, apoyando ambas manazas sobre los bordes de la mesa.
- ¿Alguien tiene más datos sobre la nave?
Un zorro con unos lentes redondos levantó el brazo, tímidamente.
La luz se reflejaba sobre sus espejuelos y aquello le confería una pinta bastante clásica del científico estudioso y entregado. Su armadura era modesta en comparación a la de los demás.
- ¿Teniente?
- Observando muy de cerca la… (si tenemos en cuenta que de ella se desprende
una cápsula, como hemos podido ver, llamémosla entonces “Nave
Madre”), observé que sobre su superficie, la Nave Madre emite un
esquema muy interesante de patrones, que forman, a falta de otra palabra, algo
parecido a letras, que desde luego son muy extrañas…
Esperó varios segundos, como cerciorándose de que su teoría fuera lo suficientemente válida como para que no le arrojasen un tomatazo en la cara.
- … y estas letras no son coincidencia, en mi opinión. Pues empecé a sospechar que los símbolos eran letras cuando varias empezaron a repetirse, la computadora ha procesado docenas de ellas. En pocas palabras: creo que es un lenguaje, creo que se retroalimenta de información.
- ¿Hay alguna forma
de descifrar este lenguaje?
- Si mi teoría es cierta, y esto se trata de un lenguaje, entonces me
temo que tiene más de trescientas millones de palabras. En pocas palabras:
no, o al menos, no de un día para otro.
Un soplido de desaliento se dejó entrever en la mesa.
- Es obvio –continuó-
que esta criatura proviene de un universo de conocimientos y ciencia mucho más
amplio que el conocido por nosotros en nuestros elementos, mundo, o incluso
plano o realidad.
- Qué hijo de puta. -dijo alguien por ahí-
El teniente se sentó, y se acomodó los anteojos, observando a
sus superiores con las manos entrecruzadas.
- ¿Y si enviamos un par de helicópteros con juegos de luces para que les hagan señales?
Todo el mundo se le quedó viendo al de la idea con mala cara.
- No, es una idea estúpida,
la verdad. Además, lo único que sabemos, si es que estamos en
lo cierto, es que el visitante posiblemente se comunique por cambios de luces.
No quiero enviar dos aparatos allá arriba arriesgándome a que
le digan “Saludos: ¿eres gay?” en algún lenguaje galáctico.
- Entonces, ¿qué hacemos?
- Esperar –zanjó Belfegor- mientras tanto, y en vista a los terribles
hechos de esta tarde, quiero que sigan evacuando a la gente del centro de la
ciudad.
De pronto, un soldado raso apareció de golpe, abriendo las puertas dobles de la sala como un criminal del viejo oeste.
- ¡General, señor!
Alguien ha pedido hablar con usted de emergencia.
- ¿Quién?
- El capitán de la policía de Solares, señor. Dice…
-echó una rápida ojeada al documento trascrito que llevaba entre
las manos- dice que el visitante no fue avistado por primera vez hoy.
- ¿Cómo?
- A decir verdad fue avistado la noche de ayer, por dos jóvenes…
dijeron que está relacionado con los meteoros que cayeron.
8
Ysaak ya había llegado a la ciudad, pero su paso a través de ella se volvió tortuoso…
Lo peor de todo es que estaba desesperado, y no le iba a faltar mucho para empezar a atropellar a la gente como éstos siguieran sin hacer caso a la bocina de su motocicleta.
“SECTOR GALERÍA DE ARTE DEL SOL” rezaba el elegante cartel sujeto por dos postes. Eso lo tranquilizó, si Cha’chat no estaba en casa, lo más probable es que se hallase ahí.
Más allá, cuando finalmente vio una oportunidad de acelerar, sucedió lo típico: un enorme camión de volteo se le atravesó por el medio, posiblemente manejado por alguna persona que intentaba regresar a su casa lo suficientemente desesperado como para no dejar de golpear la bocina cada diez segundos. Le irritaba que todo el mundo estuviera conduciendo y al mismo tiempo mirando al cielo.
Hizo un amague, viró y consiguió vadear el camión por un borde.
Pero ya justo dentro del sector de la galería, que no era muy ancho y, encima, estaba lleno de cientos de estudiantes de arte, su paso se vio indefinidamente truncado.
Bajó las piernas de los lados de la motocicleta y subió la cabeza, buscando con la mirada.
La gente tenía opiniones muy mixtas respecto a la nave y su presencia en el planeta. Si bien la mayoría desechaba la idea de que pudiera pasar algo malo, suponían que, de ser hostil, el visitante atacaría con alguna suerte de misil supersónico, o con un rayo de esos que forma hongos nucleares.
Ysaak, sin embargo, tenía una idea mucho más acertada de qué podía llegar a pasar si… –tocó el bolsillo de su pantalón y palpó la etiqueta “MADE BY PUMO”-… Pumo desencadenada un ataque a gran escala.
<<Los cubos, los cubos obreros>>
Se los imaginaba desprendiéndose de la nave, adoptando formas muy diferentes a las variopintas que había visto anteriormente, pues ya no serían obreros ni maquinaria de construcción: ¿robots asesinos, escorpiones gigantes? Quién sabe, tal vez utilizara aquello con lo que se valió para abrir esos terribles cráteres, y al mismo tiempo entretenerse en averiguar, ya que estaba, si era verdad que había petróleo seis kilómetros debajo de Solares.
- ¡CHA’CHAT! –llamó, con todas sus fuerzas-
Pero era como gritarle a una tormenta. Ni siquiera los superdotados oídos de una pantera lo iban a escuchar entre la fiesta, los gritos, las risas, el asombro, el horror y toda la hueste de reacciones inhóspita de millones de voces clamando al mismo tiempo.
Lo último que Ysaak quería, era imaginar a Cha’chat en algún lugar inaccesible, sentado junto a otros artistas y con una copa de vino en la mano, reflexionando acerca del impacto social que tendría el histórico evento, esperando estúpidamente que lo fulminaran.
Lo peor era que él podría estar en cualquier multitud de palacios, edificios o templos llenos de columnas y arcos, algunos abrazados por millares de lianas verdes y árboles, otros conectados por puentes sobre lagos artificiales y fuentes que relumbraban como cristal ante las luces, todos museos de arte enormes que se hallaban distribuidos alrededor del área. Por ahí, había incluso un laberinto con obras de graffiti, por allá un coliseo, y en el casco norte estaba un campo de estatuas entre los que la gente se podía meter… Ysaak no podía hacer otra cosa que sentirse cada vez más aterrado. Su imaginación no era muy activa, hacía demasiados deportes como para dejarle suficiente espacio a ella, pero una parte de su cabeza estaba dedicada a pensar que ese lugar rogaba porque le disparasen un enorme rayo láser encima.
Cuando ya había pasado demasiado tiempo buscando con la mirada de un lado a otro, resultó que fue a él a quien encontraron.
- ¡Ysaak!
La voz de Sagitta lo alertó, y para bien: lo acompañaba Cha’chat, y Tabi.
Fue una eternidad para que los cuatro llegaran a verse, aún separados por sólo treinta metros de distancia y un millar de personas en el medio.
- Me sorprende verte aquí –dijo Cha’chat, colocando una mano sobre el tenso hombro de su protegido-.
Tabi lo observaba fijamente, tal vez esperando a que él fuera el primero en saludarla, ya que hasta ahora la había ignorado por completo. Sagitta se hallaba exaltado: sus ojos, que por lo general eran entrecerrados y fríos, estaban fugaces, algo en él se encontraba prendido de emoción, lo mismo que en el resto de muchas almas en toda Solares.
La hermosa felina blanca, quien parecía esculpida por alguna deidad faraónica, estaba vestida como si aquella fuera una noche para salir a un restaurante caro. A Cha’chat, por su parte, no se le veía mayor emoción en su cincelado rostro de experiencia y de vida, pero se le notaba que había estado pasando un buen rato, y sus ojos grandes y verdes estaban llenos de curiosidad y filosofía. Desde luego, no tenía ninguna intención de salir corriendo, sino de compartir con su círculo de intelectuales y sibaritas, los cuales debían estar reunidos en el gran hall de alguno de los enormes edificios que los rodeaban como una tenaza ahí, en el medio de la plaza. En cuanto a Ysaak, la sola idea de todo lo anterior descrito lo hacía enfurecer a escalas tales, que varias células de su cerebro se estaban convirtiendo en manchas solares…
- Tenemos que irnos de aquí –le siseó ferozmente-
La pantera lo observó con gravedad. Conocía ese tono de voz lo suficiente bien como para saber que el cuerpo del chico no iba a ser lo suficientemente fuerte para contener el maremoto de bilis que llevaba dentro.
Desafortunadamente, Sagitta no conocía a Ysaak tan bien:
- ¿Pero para qué quieres irte? Cha’chat nos ha invitado a…
Todo sucedió muy rápido: Ysaak a veces le temía a Sagitta basado en el puro hecho de que él podía ser mucho más felino en la manera fríamente vil que los felinos pueden ser, pero en aquél momento entraban en juego muchos factores que convertían a Ysaak en un ser asustado y agresivo, agresivo en una manera en que podía hacer valer la física real de la vida: como la facilidad que tendría de levantar a Sagitta con una sola mano, y arrojarlo contra el suelo lo suficientemente fuerte como para romperle varios huesos y dejarlo tieso en el sitio.
Le acercó la cabeza y lo interrumpió de golpe, diciéndole en una voz lo suficientemente baja como para pretender que la cosa quedaría entre los dos:
- Ayer le tiramos piedras hasta cansarnos, y ahora aparece aquí, encima de la ciudad, ¿qué carajo te parece que ha venido a hacer, maldita sea?
Sagitta se quedó viéndole, con el mentón tenso. Tabi, a su lado, había abandonado su semi-sonrisa y su mirada de “oye tonto, salúdame” para bajar las orejas y sentir el seco golpe de una situación que se estaba volviendo cada vez más tensa.
Sería muy largo explicar qué opinaba Sagitta respecto a la reflexión de Ysaak, pues él se había figurado su propia versión de lo ocurrido ayer. Para hacerlo corto, era algo así como que él creía que “Pumo” era en realidad uno de muchos otros “pumos” que habitaban dentro de la nave madre, y él y su amigo, no habían hecho otra cosa más que fastidiar a un simple patrullero malaleche que sólo quiso “espantarlos” con una bola de demolición.
Desgraciadamente, el lince
estaba muy equivocado, tanto en lo primero como sobre todo en lo segundo.
- ¿Qué te sucede?
Ysaak sabía que no tendría paciencia para explicarle, eso era lo de menos, lo que le preocupaba era el tiempo. Levantó la cabeza, y observó de nuevo a la pantera.
- Vámonos de aquí, por favor.
Miró de nuevo a Sagitta, y a Tabi, de una forma en que parecía pedirles perdón.
- Y ustedes, lárguense también, váyanse lejos, lo más que puedan.
La cara de Cha’chat denostaba al menos dos docenas de preguntas, cada
una de ellas bastante largas, y fue por ello que el tiempo, finalmente, se les
agotó a todos…
La nave espacial, o al menos
el pedazo de disco que se alcanzaba a ver desde ahí, sobresaliendo, inmenso,
entre dos altísimos museos, empezó a emitir destellos blancos…
9
Para el joven gato hacker, que veía con ojos solemnes al cielo, sin hacer otra cosa que ocupar las manos para mantener cerrado su abrigo, aquello parecía una lluvia de datos gigante: a lo Matrix, pero blanca, en 3D, y vista desde adentro.
Para el leopardo que lo había estado viendo todo desde la azotea de su penthouse, en solitario, y tumbado en una silla de playa, eso parecía una cascada de cristales, pero en cámara lenta.
Para la joven leona que veía el fenómeno desde la ventana de la agencia de modelaje, junto a las demás, la cosa era como si la nave nodriza se estuviera desfibrando. Por un segundo, pensó que el visitante había sufrido un accidente.
Para los militares y su larga noche de tribulaciones, aquello significó el momento de la verdad, y para Ysaak, el sufrimiento de una predicción cumplida y el horror absoluto: los obreros volvían a descender, y, a diferencia del día anterior, esta vez eran miles.
Sorprendentemente, cada
objeto encontró un espacio libre entre grupos amplios de gente, alrededor
de toda la ciudad.
…
La niña observó su propio reflejo a través del líquido lechoso de la superficie del cubo, que era tan grande como un armario.
Su pequeño gorro de colores se reflejaba fantasmal frente a la claridad de la superficie de lo que su infantil mente no tardó en apodar como “Aquella Cosa”.
Luchó y perdió contra el impulso de levantar un brazo, y extender un dedo para tocar a “Aquella Cosa”... su guardián, ahí detrás, muy de cerca, la hacía sentirse cuidada, especialmente por la gran mano que cubría su hombro, y que, con reservas, avalaba y daba sentido a la atmósfera de lo que parecía un pacífico encuentro presenciado por docenas de personas, que hacían un círculo alrededor, y que conjugaba a muchos rostros iluminados por esa cautivante luz pulsante.
La punta de su pequeñísima garra apenas sí rozó a “Aquella Cosa”. Su mente se hallaba plácida, pero pensaba que había algo en aquél líquido que parecía estar… era difícil explicarlo, pero parecía estar… algo así como vivo.
Así que volvió a levantar el dedo, para hacer un segundo, tímido intento…
Tal cosa no hizo falta, puesto que una fuerza monstruosa la chupó hacia adentro. La niña quedó atrapada como una mosca, en posición fetal, dentro de la gelatina del cubo.
El maremoto de gritos estalló, el rugido de guerra de su cuidador fue acallado al ser víctima él también del raro ultra-poder tractor. Aquél oso hubiese sido capaz de voltear un camión por sus propios medios, pero la fuerza contra la que pretendió luchar era sencillamente intransigente.
El agujero en expansión conformado por gente corriendo desde los cuatro costados retornó a hacerse un anillo humano, fibroso y pequeño otra vez: era como una aspiradora gigante atrapando hormigas. Más allá, al otro lado de la calle, un primo de “Aquella Cosa”, que era todavía más grande, estaba haciendo exactamente lo mismo con su grupo de curiosos.
Cuando finalmente albergaron lo suficiente como para ser grotescos cubos de rummycube de gente, la miel que quedaba entre los diminutos espacios de cuerpos perdió su solidez, y, arrastrando a sus presas húmedas, como aguas malas, empezaron a escurrirse por la calle, hasta encontrarse unas con otras.
Una vez que el humor viscoso del obrero A con el del obrero B se mezclaron en una especie de beso fatal, empezaron a levantarse, como una pared viscosa, mostrando así una lámina transparente y ancha, que exhibía, morbosa, su cosecha humana, igual a una cinta atrapamoscas gigante.
Las lenguas de materia gelatinosa se estiraron, subiendo hacia lo alto, en dirección a la nave.
La niña veía alejarse la calle, desde su punto de vista todo se hacía cada vez más pequeñito, hasta el grado en el que, después de un rato, fue consciente de que estaba abandonando la ciudad.
Y vio también a miles de personas: como si Solares se estuviera soplando la nariz desde muchas partes… muros de personas con sus extremidades extendidas que, junto a ella, habían sufrido la misma suerte, y se levantaban por algún poderoso campo de gravedad, similar a una imagen de viscosidad cayendo del techo, pero al revés.
<<Otosa>> pensó, antes de perder la conciencia.
…
Lo que sucedió a partir de este punto fue un espectáculo de horror.
La gelatina de tres o más cubos se unían entre sí para formar una suerte de rodillo gigante y arrasar las calles más grandes, en pos de asimilar la mayor cantidad de gente posible.
Las personas que se hallaban dentro de los vehículos procuraban, en el paroxismo del terror, cerrar las ventanas, pero la materia rompía el cristal a fuerza de presión, y una vez que se abría paso, recogía lo que estaba adentro como si fuera un oso hormiguero.
Mientras tanto, ya cuando la calle terminaba, el rodillo viscoso se detenía y deshacía lentamente para hacer ascender los cuerpos inconscientes. Como manejada por un horrible demonio que le daba lentamente la vuelta a una palanca, los Yovedianos subían, capturados en cantidades descomunales.
Vista desde arriba, Solares era un hórrido amasijo de gritos.
Los tropas, la guardia y los soldados no esperaron la señal de ninguno de sus superiores para empezar a disparar: ninguno estaba dispuesto a explicar por radio lo que estaba pasando, por no decir que tampoco iban a tener los nervios ni la paciencia suficiente como para no perderla en lo que la voz del superior, nublada a través de las rendijas del aparato, le pidiese que repitiera de nuevo qué estaba viendo, y peor aún: si estaba “seguro de ello”.
Levantaron sus enormes armas, dispuestas a disparar ráfagas explosivas que dejarían a cualquier AK 47 ultramoderna del planeta Tierra en ridículo. Sin embargo, antes de siquiera rozar el gatillo, la mayoría se detuvo ante la voz de un simple soldado:
- ¡DETÉNGANSE! ¡DETÉNGANSE! ¡NI UNA BALA, MALDITA SEA!
Y, en efecto, no era para menos: todo a lo que había que dispararle no era al enemigo, sino a un montón de gente inmóvil.
Un valiente tiró su rifle y corrió al frente, su idea, en un principio, fue excelente, por lo que, rápidamente, muchos se le unieron: se subió sobre el techo de un carro, y metió las manos en la lámina viscosa, intentando sacar de ella a una persona joven.
Decenas de mangas uniformadas se introdujeron entonces dentro de la gelatina, haciendo lo mismo con otros cuerpos.
No pasó mucho tiempo, sin embargo, antes de que las maldiciones cundieran…
Aquello era demasiado espeso, y a la vez, resbaloso. No importaba qué tanto aferraran una muñeca, una mano, o un tobillo, algunos incluso hasta sentir que llegaban a partirle un hueso a alguien… al final, se les deslizaba y la gente, inconsciente, seguía su camino en pirámides planas y desiguales, hasta bien arriba, donde los primeros ya sólo eran, vistos desde ahí, como miles de puntitos desapareciendo dentro de la masa blanca de la Nave Madre.
No hubo ni una palabra de ahí en más. Pero cuando ya llevaban mucho tiempo empeñándose en hacer lo que desde hacía rato sabían era imposible, sus ánimos se volvieron añicos, y todo ello ante la mirada apagada de las pocas personas que habían tenido la fortuna de no ser atrapados, rezagados y temblando de miedo en las esquinas, bajo los faroles. La sensación de impotencia y la rabia le resultó a los milicos como una patada en el corazón.
Fue así como de improviso, alguno de ellos observó entonces algo: por allá, a un costado de la calle, se hallaba un raro fenómeno que, hasta el momento, sólo Ysaak y Sagitta habían visto, el día anterior: un cubo ocioso… de esos que necesitaban una rápida supervisión de la cápsula espacial de Pumo para ponerse a trabajar.
Se hallaba estacionado debajo de un farol, sin hacer nada.
El lobo cogió su arma del suelo, y, con mirada asesina, se apoyó la culata al hombro.
El chorro de fuego que despidió el cañón fue magistral: la metralla disparaba de tal forma que ríete tú del malo de Robocop 2. El ruido hizo voltear a los otros uniformados.
Se vieron entre sí y no tardaron en saltar desde los autobuses y los vehículos para tomar sus rifles, y unirse al compañero.
Para cuando todos decidieron que ya había sido suficiente y en consecuencia bajaron, poco a poco, sus armas, se llevaron una sorpresa: el cubo, que estaba lleno de metralla, (parecido a como si le hubiesen acribillado a una gigantesca olla de látex), había empezado a pulsar.
Poco a poco, empezó a botar los proyectiles igual a un bebé que escupe la compota.
Al cabo de un rato el obrero espacial no mostró ningún indicio de daño: se hallaba intacto, y puro… pero esta vez, con una pequeña diferencia: habían tenido la amabilidad de darle el empujoncito que Pumo le hubiera dado de un modo más sofisticado de estar ahí.
Lo que vino después no hace falta narrarlo: lucharon ferozmente, se defendieron lo mejor que pudieron, pero al final, y al igual que los civiles, perdieron la batalla, y fueron arropados por el horrendo humor gelatinoso.
Por cierto: en una de esas
ironías que suele convertir a la gente en atea y que nos hace no querer
saber nada con Dios, aquella tropa de soldados se había convertido, sin
saberlo ni mucho menos tener la intención, en los primeros habitantes
de Yóvedi en componer un objeto extraterrestre.
…
Nunca había sentido Ysaak tanto pavor en su vida. El chico se hallaba agachado tras la moto.
Su otosa también estaba en el suelo, cubriendo a Tabi, y en parte, a Sagitta, que se había tapado sus orejas al escuchar el relámpago inacabable de disparos que venía de la otra calle.
El silencio que sobrevino después fue tan gélido, que todos, desesperanzados y aterrados, supieron, sin haberlo visto con sus propios ojos, que la batalla del otro lado de la calle había sido perdida por el bando de ellos.
Y a pesar de eso –pensaría Ysaak, en otro tiempo, recordando este terrible día- fue, gracias al ruido de la metralla, que, posiblemente, Pumo decidió bajar, para ver qué estaba pasando.
Desde la cabeza de la Nave
Madre, como el pequeño punto blanco que se halla sobre el sombrero del
Papa, la cápsula se desprendió, y descendió hacia la urbe,
cuidando de no tocar la complicada y entretejida carretera de gelatina llena
de seres vivos que subía hacia su nave.
:3
Yóvedi estaba lleno de seres inteligentes, por eso, algunos jóvenes
artistas que se encontraban escondidos detrás de un banco, temblando,
no necesitaron una presentación para saber que aquella cosa que se venía
aproximando era el “jefe” del show, y el horror de ellos fue tal,
que ni siquiera su subconsciente les ordenó echar una miradita de curiosidad
para verlo y quien sabe, dibujarlo algún día, si salían
de esa.
Ysaak apenas vio la cápsula cruzar rápidamente sobre un museo, pero eso fue suficiente como para sentir que algo en sus entrañas desvariaba del miedo.
No quería analizar qué estaba pasando, no quería pensarlo, no quería hablar con nadie: sólo quería la oportunidad de escapar, de irse lejos.
- Vámonos –susurró-
- ¡Ysaak, no!
El chico se levantó, y observó a Cha’chat.
- Vámonos en la moto.
Pero Cha’chat tenía que pensar no sólo por su protegido, sino además, por Tabi y Sagitta. No iban a entrar todos en una moto.
- ¡Vámonos
maldición! –rugió, desesperado-
- Quieto y obedece.
Cha’chat giró la cabeza hacia un callejón que se abría paso entre dos palacios de arte antiguo que estaban al oeste de la plaza, pero más arriba de las esculturas de los dragones que parecían ángeles y que adornaban las azoteas, se veían, ni tan lejanas ni tan cercanas, láminas de gelatina sobresaliendo de atrás, como salidas de una pesadilla, levantándose hacia el cielo. No quería cruzar la plaza, ir al lugar más oscuro del sector, y estar a tiempo para caer en la trampa que ya había sido tendida a algunos de los desafortunados de allá. Lo olía.
Cruzó un brazo sobre los hombros de Ysaak, y lo aferró. Tenían suerte de estar ahí, al menos, de momento.
Eso, hasta el terrible instante en que la pantera vio a un convoy de camiones militares derrapar desde el norte de la plaza, girar hacia el este, detenerse en la entrada de la calle (desde donde habían venido los disparos), apearse, y empezar a dispararle todos al unísono a lo que seguramente sería la cápsula de Pumo.
Estaban por convertir la plaza donde se escondían en el principal campo de batalla.
- Dios, por favor, no –susurró la pantera-
El silencio tenso se rompió, los estudiantes empezaron a gritar, saliendo
desde todos los escondites, para correr desesperados y atorar todas las salidas
contrarias de la redoma.
El tronar de los tiros y los cañonazos aparecieron de pronto, abundantes…
- ¡Al suelo! –ordenó-
… pero no tanto como el cañón peneperro en acción.
Todo lo que Cha’chat
vio, es que algo disparado desde detrás de los edificios, desde un lugar
donde no lo podía ver, voló hacia los militares como una centella.
BA-BOOOOOOMMMMMMMMMM
Sus tímpanos se saturaron
y el característico pitido que zumba cuando se abusa de ellos llenó
sus orejas. Un camión en llamas atravesó volando la fachada de
un museo y rompió todas las ventanas del piso, otro cayó dando
vueltas sobre alguna azotea, y el último, sencillamente, se desintegró
en el aire.
- ¡Rápido rápido rápido rápido! –Le gritó un zorro enardecido a un chacal que venía corriendo con un lanzacohetes en la espalda.
Se barrió por el suelo y caló el artefacto en la acera, mientras el compañero preparaba una carga desde la portezuela de atrás.
- ¡Fuego!
El cohete se disparó a través del callejón dejando escuchar un tremendo zumbido, la lluvia de chispas los bañó por un instante, luego, el estallido iluminó de rojo a todos, a la vez que hizo gritar a los dos soldados, eufóricos.
- ¡Le hemos dado! ¡Le hemos dado!
Pero pronto, esa euforia se tornó en una tragedia adornada por sus gritos de confusión entrelazados.
- ¡¿Pero cómo
…!?
- ¡No! ¡No! ¡No!
BA-BOOOOOOMMMMMMMMMM
Sagitta apenas alcanzó a ver una descarga de luz, seguido por algo que
no habría podido catalogar como otra cosa que un pedazo de “no
existencia”. Los soldados desaparecieron como sombras, junto con un enorme
trozo de la pared sobre la que habían estado intentando ocultarse, pared
que le hacía falta a una enorme galería de arte que, crujiendo,
empezaba a desmoronarse, cayéndose a pedazos, mostrando sus costuras
de metal.
Para empeorar las cosas, un tanque salió a la vista, atravesando una nube blanca de escombros. De tan rápido que iba patinó por el suelo apuntando en dirección al callejón. La cápsula de Pumo apareció poco a poco a la vista de la gente que todavía quedaba en la plaza, pues se acercaba lentamente.
El lince veía la escena con total incredulidad.
Otro tanque hizo aparición desde donde vino el otro, y pocos segundos después un tercero saltó también a la escena, colocándose en un arco alrededor de la cápsula, éste último muy cerca de Cha’chat y los chicos.
El visitante observaba a
los tres tanques, y los sendos cañones de éstos lo observaban
a él, como un bizarro duelo del oeste. No sabían estos últimos
que, al contrario de la dramática escena que para ellos representaba
aquello, el extraño ser, por su parte, estaba pensando simplemente a
cual de los tres le iba a pegar primero.
:3
Por fortuna, la suerte le tocó al último del lado derecho, y no al izquierdo, desde donde Sagitta podía observar a Pumo entre las orugas del vehículo.
El disparo hizo que el cerebro de todos se apagara por segundos, aún si bien la mayoría tenía ya las manos bien apretadas sobre las orejas.
La cabeza del blindado se despegó de sus soportes, y, con cañón y todo, salió volando convertida en una ciruela blanda y ardiente, a la vez que las ruedas, los engranajes y la correa se deshacían como llevadas por una bomba atómica. La visión resultaba estrambótica.
La suerte se había acabado, o al menos, eso fue lo que pensó la pantera, quien ya tenía en mente mandar todo al diablo, coger de la muñeca a su protegido, y correr de ahí: el tanque más cercano a ellos disparó el cañón. Si el empuje hubiese sido un poco más fuerte y la máquina hubiera tenido que retroceder dos metros más, habría aplastado las piernas de Tabi.
Para horror del piloto del
vehículo de guerra, la cápsula de Pumo, a pesar de haber sido
impactada directamente, sólo se echó un poco para atrás
producto del golpe, como si la hubieran empujado, pero pronto volvió
a andar hacia el frente, saliendo de la nube de humo. La explosión no
le había hecho nada.
:3
El miedo que tenía Ysaak, y el apretón que le dio su otosa en la muñeca, le hizo creer que ya era hora de escapar, y provocó que, de golpe, se pusiera de pie. Su rostro sobresalía a un costado del tanque.
:3
El chico respiraba fuerte,
asustado, observando a Pumo.
:3
Y de pronto Pumo quitó la vista de su objetivo, para verlo también
a él.
:3
Y en vez de volver a mirar
el tanque, se le quedó viendo.
:3
Pensativo, como cuando alguien observa algo familiar…
>:3 !!
La cápsula se echó a andar inmediatamente hacia él…
Ysaak fue un chico que podía decir, a sus 19 años, que no había desperdiciado un solo momento de su vida. No era de esos que se quedaba ni un instante frente a la computadora quejándose con otro contacto del mensajero instantáneo de que no podía tener pareja por más que lo intentara. Él había nacido con la luz del carisma, había sido agraciado por ella, y también con el don de la inteligencia, y la reflexión. Él era un joven de esos “que pensaba”.
Fue por eso, y entendiendo bien lo que sucedía, que tomó, en aquel momento, y sin poder siquiera ver a Cha’chat, la primera decisión de hombre de su vida… una decisión por aquellos a quienes quería.
Saltó a la moto, la encendió de una patada, y aceleró, sin mirar atrás.
La cápsula pasó al lado del tanque, empujándolo y echándolo a un lado, y se puso a perseguir al chico.
…
Ysaak entró por un callejón, y aceleró de tal forma que
la rueda delantera de la moto se levantó. Al alcanzar la salida, viró
hacia la izquierda. Justo antes volteó la cabeza sólo para ver
cómo el vehículo espacial aparecía por la entrada del callejón
en pos a él, como una cabeza flotante.
Entró a una avenida muy amplia… su corazón latía a toda dar, sentía que los ángeles estaban tocando flautas.
Pero el miedo, después de todo, ya no ardía tanto. Al menos había alcanzado ese estado que le sobreviene a uno a la hora de la verdad, a la hora de subir a la tarima y darle la cara al público.
Así que, como era inteligente, decidió hacer lo mismo que en los deportes, darle al juego un toque suyo que solía diferenciarlo de los demás atletas: pensar.
<<No puedo estar en un lugar muy abierto, porque, porque… le voy a hacer las cosas más fáciles y baboummm>>
Esquivó las ruinas de un centenar de vehículos volteados y se metió por otro callejón. Lo mismo de antes: cuando estaba llegando al otro extremo, vio con desespero que la cápsula de Pumo seguía sus pasos rápidamente llegando por donde él había cruzado unos diez segundos antes.
Lo que más le asustaba era que una parte de sí mismo estaba recordando su infancia, como una película. Y otra, tratando de imaginar qué estaría pensando su otosa en ese momento, qué estaría haciendo…
Hacia la derecha. Subió por el camino, y se metió de vuelta a la izquierda por otro callejón. Los papeles de basura volaban como saetas tras el paso de las ruedas. Ya no hacía falta que girase la cabeza para ver atrás: sentía que lo perseguían.
Otro giro por otra callejuela todavía más oscura que la anterior. Veía las ventanas llenas de luz amarilla de los edificios a sus lados, parecían viñetas de un cómic. ¿Estarían llenos de gente? ¿Habrían sido asimilados ya por esa cosa viscosa?
El joven tigre se dio cuenta que no podía forzar más el manubrio, ya no podía hacer que la moto andara más rápido. La aguja prácticamente le hacía el amor al lado derecho del velocímetro.
Miró hacia delante, y observó con pánico que más allá había una salida: nada menos que hacia la autopista. Y luego de ésta no había otro camino para volver hacia los callejones que uno solo: cuya entrada estaba proporcionalmente del otro lado de la autopista misma. Demasiado tiempo en línea recta… justo lo que su perseguidor podría querer.
Pero eso no quería decir que Ysaak se iba a dejar matar. Si moría así, que así fuere: no se detendría. Algo lo conminaba a seguir, y ese algo tal vez era una idea platónica que no había cuajado con la suficiente certeza para hacerla racional, pero sí efectiva.
En efecto: en un cálculo muy complejo y muy brillante de las cosas, Pumo, a su manera, pensaba que no era conveniente disparar el cañón en un callejón estrecho porque lo más posible es que esos palos con agujeros que estaban a cada lado del camino (edificios) se iban a desmoronar y posiblemente le cayeran encima a él, y bueno, quien sabe si fue apenas el viernes pasado que había mandado la cápsula al auto lavado espacial…
Cuando la calleja se terminó y salió por la autopista, un colosal rodillo de gelatina venía rodando desde un extremo, era una marea obscena de gente atrapada, que amenazaba con venírsele encima.
El chico levantó medio cuerpo e inclinó su nariz hacia delante, como un guepardo que está a punto de correr, para ganar más velocidad, así fuera sólo lo suficiente como para hacer una pequeña diferencia.
El maremoto viscoso se escuchaba como el mar amenazándolo. Sin embargo, consiguió completar su proeza: alcanzó el callejón del otro extremo, poniéndose a salvo.
A continuación, la cápsula de Pumo prosiguió sus pasos, pero hubo una diferencia: el rodillo de gelatina se detuvo al instante, como si alguien le hubiese puesto “PAUSA” al mundo.
La cápsula se metió por el camino que su presa había cruzado varios segundos antes, con toda comodidad.
Acto seguido, la ola entró en moción de nuevo, siguiendo de largo.
Aunque Pumo hubiese querido dispararle en aquel instante, vio que la moto ya no se hallaba delante de él, la luz trasera de ésta, que estaba jugando más en contra de Ysaak que a su favor, había echado un destello y había cruzado a la derecha, en la oscuridad.
El tigre bajó la mirada hacia el panel. Dicen que cuando los males lo amenazan a uno, vienen todos juntos: no le quedaba casi nada de gasolina. Además, el juego del gato y el ratón, aunque hasta ahora muy exitoso para él, no podía durar mucho más, tuviera gasolina, o no.
La cápsula cruzó finalmente la esquina, la motocicleta había virado hacia el norte, y estaba por cruzar de vuelta a la derecha, para desembocar otra vez en la autopista. A partir de ahí, habría un tramo demasiado largo como para que Ysaak consiguiera algún otro recoveco.
Finalmente, (pensó Pumo, en su extraña conciencia alienígena) el chico había cometido un error, su mente se había quebrado.
Entonces, apuntando su cañón hacia delante, la nave siguió el mismo camino que la moto: el callejón era negro, desde arriba guindaban tendederos con harapos, más allá, se veían las luces doradas, de la autopista elevada… y bajo su múltiple luminidad se hallaban regados cantidad de vehículos vacíos. Se escuchaba el ruido de helicópteros viniendo de todas partes.
Pero había un detalle: la moto de Ysaak no andaba corriendo a campo traviesa, lista para ser un blanco fácil… sino que estaba en el suelo, echando chispas. ¿Había tenido un accidente y se había desmadrado?
La cápsula salió del callejón y se le vino encima a la motocicleta de forma amenazadora, inspeccionándola muy de cerca, esperando ver un cuerpo tirado en algún lado.
Justo cuando estaba a punto de virar, no para ver el montón de camiones militares que se apostaron a los lados y que lo apuntaban con armas (pues más bien los ignoraba), sino para ver dónde diablos se había ido el chico, Pumo se llevó una sorpresa horrible:
Ysaak vino corriendo desde atrás, y le saltó encima.
Pero había sido listo: no encima del vidrio de la cápsula, cosa que hubiera significado su perdición, sino del cañón peneperro.
La nave se levantó, giró varias veces, se echó a un lado y luego a otro, pero nada: el tigre se había aferrado ferozmente, mostrando los colmillos y con los pelos de la cabeza erizados, se movía como una endemoniada anguila, pataleando y haciendo fuerza como si su vida (en efecto) dependiera de ello.
El sonido debió ser
un himno de júbilo, pero la verdad es que se oyó horrible: como
cuando nos sacan una muela… un crujido rocoso y carnívoro.
Ante la mirada atónita de los milicos, Ysaak había arrancado de
cuajo el cañón del soporte, y daba vueltas en el pavimento con
él.
La nave se inclinó
un poco hacia delante para que su dueño pudiera ver la escena: al joven
tigre en el suelo, viéndolo salvajemente.
_:3
La cápsula se dio media vuelta, y se fue volando, rumbo al cielo, como la primera vez.
Ysaak quería arrojarle el cañón, aunque algo en sus nervudos brazos le impedía soltarlo. Los militares trotaban hacia él.
No recobró la calma ni el raciocinio aún cuando éstos empezaron a hablarle y tranquilizarlo.
Lo cogieron de los costados, y lo ayudaron a ponerse de pie.
…
Fue llevado en uno de los camiones del convoy, y le habían colocado una
manta sobre la espalda.
Cuando por fin sus ojos se apagaron un poco, y volvió a ser él mismo, cubrieron la magulladura de sus brazos con vendas.
Una mujer soldado le susurraba cosas que lo sonrojaban, mientras que, con un hisopo húmedo en una solución esterilizante, le tocaba una herida en la oreja.
La brisa helada sacudía la ciudad, y mientras la lona del camión se movía gracias a ella, podía ver de a ratos a Solares, que del silencio parecía muerta.
Quería celebrar la proeza más grande de toda su vida, más que todas las anteriores juntas en el campo de juegos, más que todas las que tendría de ahí en más a nivel profesional en cualquier estadio.
Pero él lo sabía muy bien: las felicitaciones vendrían, y Dios sabe hasta qué punto podrían llevarlo en su vida social, pero no había nada que celebrar. Solares estaba muerta, y llena de tragedia.
Y para qué sentirse tan feliz al fin y al cabo, si posiblemente el problema de la invasión hostil no había hecho más que comenzar.
La nave nodriza había abandonado los cielos de Solares, y junto a ella, a un buen pedazo de su población, quién sabe a qué rumbo…
Lo más importante para él, más allá de su jugada brillante, más allá de haber castrado la cápsula, más allá de haber detenido la invasión en la ciudad, (como si todo eso no fuera mucho, pero es que mucho más que suficiente), era haber salvado a su otosa, al otro culpable de todo (Sagitta), y, desde luego, también a… Tabi. Hablando de Tabi, Ysaak había ganado, con todo eso, un puntazo a su favor quedando como el “chico de la película” en una forma que ni al guionista de películas de cine más posta de la historia se le hubiera ocurrido. Ya vería cómo evolucionaba todo eso.
Si Pumo volvía a atacar… (acarició el bolsillo de su pantalón, la etiqueta MADE BY PUMO), fuera ese su nombre o fuera eso Dios sabe qué, ya se la daría a la milicia para que la analizaran hasta el cansancio, al menos, había comprado bastante tiempo para que él y Cha’chat emigraran a algún lado, y no volvieran a estar en peligro, ¿o sí? A los militares tenían que ocurrírseles algo. Se negaba a que las cosas en Yóvedi terminaran mal… el primer ataque fue una sorpresa, pero tenían que estar preparados para el segundo. La esperanza era lo último que se perdía.
Y al margen de la esperanza, y de qué pasaría de ahí en más con la invasión, había un detalle que al menos a él lo llenaba mucho: ese día no morirían los suyos, ni tampoco él… y eso se sentía como haber salvado todos los cursos y todas las materias y todos los semestres que tuvo, tiene y tendrá juntos, y haberse salido de todos los problemas de toda una vida al mismo tiempo.
No podía evitar sentir satisfacción cuando escuchó al militar hablando por radio con el comando central, explicando al alto mando lo que había sucedido, de cómo un chico hizo esto y aquello… tenía ganas de echar la historia por sí mismo, e Ysaak era lo suficientemente suspicaz para saber que lo haría por su propia boca, hasta cansarse, en lugares que, en su secreta ambición juvenil, no esperaba aparecer sino hasta cuando fuera un atleta famoso y ganase varias medallas de oro.
Y no en balde: hoy había hecho mucho más que ganarse sus quince minutos de fama.
- ¿Dónde dices que está tu otosa, chico? –le gritó el conductor, con su voz amilanada por la fuerte brisa.
Y le contestó desde atrás que su otosa estaba en la Galería de Arte del Sol, en la Plaza de los Artistas.
Y para allá iban. Cada vez que la lona se levantaba de a ratos, Ysaak veía partes que le eran conocidas.
Cuando sintió el camión detenerse, le extrañó que el lugar estuviese en silencio.
Se apeó.
No había nadie.
Los soldados bajaron tras él, desperdigándose, explorando el área.
Los dos tanques que había dejado atrás seguían ahí, pero con un detalle que lo asustó: esta vez estaban volteados, en posiciones raras. Las compuertas se hallaban abiertas. No había soldados adentro.
Tampoco estudiantes… los recovecos que habían estado llenos de gente escondiéndose ahora se hallaban vacíos. Y dentro de los museos no había luces.
Era fácil compararlo con un pueblo fantasma.
- ¿Cha’chat? –llamó, en voz alta -
Pero no: eso había sido tan inocuo como entrar a un cuarto vacío, y llamar a alguien, y él lo sabía.
Pero no podía aceptarlo, al menos no tan rápido.
Todo empezó por los tanques: la cápsula sólo había devastado a uno, pero dejó a los otros dos intactos. Y ahora se hallaban volteados, como si hubiesen sido empujados por una marea. El suelo era un campo gramado de objetos personales, zapatos, pulseras, collares, relojes y otras cosas dejados atrás.
Los soldados, tras el chico, ya tenían una idea bastante acertada de lo que había sucedido. Uno de ellos decidió no contestar el llamado por radio de un helicóptero que los alumbraba con una luz desde arriba, sólo para que Ysaak no tuviera que escucharlo, o al menos, no así. El piloto continuaba diciendo “Cambio, ¿me escucha? El lugar fue arrasado hace poco por esa maldita cosa extraña… ese humor viscoso”
Buscó en el suelo, tenía una idea acertada de donde había estado Cha’chat al momento que lo dejó.
Y gracias a ello, logró guiarse, finalmente: lo primero que vio fue un collar dorado de Tabi, y más allá, algunas cosas que olían a Sagitta, y al lado, los anteojos, rotos, de Cha’chat.
- Cielos, chico…
Ysaak cayó de rodillas, y empezó a llorar.
Todo lo que cruzaba por su mente era el día que lo vieron por primera vez: cuando bajaron por el cráter, cuando le echaron piedras, y lo hicieron molestar.
Y a pesar de que las intenciones del visitante ya eran premeditadas, y que, sin dudas, volvería a atacar muy pronto, Ysaak pensaba que todo aquello lo había causado él, que era por su culpa.
Sollozó desesperado, las lágrimas caían sobre sus manos lastimadas.
- Lo siento… -decía- lo siento tanto, lo siento tanto…
Se hizo almohada con los brazos y apoyó la cabeza en el suelo.
Muchos, como él, todavía tenían la esperanza de volver a ver a los suyos algún día.
La nave había desaparecido, y ningún radar en Yóvedi fue capaz de localizarla… aunque eso era no sólo de esperarse, sino un tecnicismo: no la habían detectado al llegar, por lo que el poder militar no tenía demasiadas esperanzas de nada, ni tampoco una pista de a donde se los había llevado el visitante, aún cuando, desde luego, utilizarían otros métodos para localizarlo dentro del planeta… pero eso sucedería después, y es parte de otra historia.
A pesar de todas las promesas
y las esperanzas que vendrían al día siguiente, Ysaak sabía,
muy en el fondo, que no los volvería a ver nunca más. Que se habían
ido para siempre.
Y fue sólo entonces cuando realizó ese pensamiento, que supo,
a pesar de todo, lo solo que se iba a sentir, con la brisa tocando su rostro,
y la silueta fantasmal de Solares sobre él.
22 de enero de 2006